El proyecto universalista colapsa en una crisis zoológica. No es tanto que esta forma de vida se acerca al abismo, sino que nació a partir y regresa a él. Y como en un sueño se siente la caída, aunque aquí no lleva al despertar. La angustia que le sigue es el motor de la compulsión consumista. Lo vemos en la necesidad de enterarse de cualquier crisis y cuanto antes. De ahí el miedo a la tercera Guerra Mundial, esta vez por la guerra entre Israel e Irán. Pero estas turbaciones reflejan más bien al simulacro en desintegración. Lo vemos, por ejemplo, en el desarrollo de la IA que promete solucionar todos los problemas incluyendo la dimensión laboral donde las masas depositaron el sentido de la vida. De una u otra manera habrá de revelarse la superficialidad del vínculo económico que invisibiliza a la revolución mundial en curso.
Concedamos que una guerra nuclear es improbable por la llamada destrucción mutuamente asegurada. El sentido de tales armas es la monopolización de los medios. Al contrario, la proliferación neutraliza su uso estratégico e incrementa la probabilidad de accidentes, aunque la guerra nuclear continúa siendo un discurso disuasivo. Sin embargo, la fórmula de guerra referida es del siglo pasado. Sin irnos más lejos, ni Irán ni Israel contemplan victoria militar alguna. Hoy los conflictos son de otra índole: indirectos, asimétricos y porosos, apuntando a la política interna del adversario. Técnicamente, el desarrollo de drones autónomos, más baratos ya que una moto, son capaces de destruir objetivos mucho más grandes y costosos dentro de las líneas enemigas. Los mejores ataques son de precisión, no de destrucción masiva.
Desde los niveles más altos del poder internacional, los conflictos son tableros de ajedrez donde las potencias mueven y sacrifican piezas. Aquí el derroche de medios bélicos y vidas humanas surge como lubricante para engranajes político-económicos. Reformulando la célebre frase de Eisenhower, Biden advirtió en su discurso de despedida acerca de la concentración de poder del “complejo técnico-industrial”. Según la Asociación de Industrias Aeroespaciales, el coloso de empresas de defensa estadounidense acumuló $ 955 mil millones en 2023, o más de ocho veces el PIB de Ecuador de ese año. Con todo, el asunto de evitar que Irán adquiera un arsenal atómico no deja de ser un discurso irónico, pues si algo los habría de motivar a ello es precisamente la situación presente.
Por otro lado, bien puede hablarse de una guerra mundial en tanto que la inseguridad crece en todos los frentes y en exceso de las capacidades del Estado nacional. Un caso ilustrativo es el crimen organizado transnacional. Pero esto es un indicio no de la correlación de fuerzas de las potencias, sino de la metamorfosis mundial. El que triunfe este o aquel bando no altera el camino sino sus decorados. Lo único que puede esperarse de tales conflictos es que aceleren o ralenticen el ritmo de las modificaciones a las que estamos expuestos. Y si su razón permanece invisible, es por la somnolencia aparejada a la masificación.
Basta recordar la resaca mundial experimentada en la pandemia, donde el meme “nature is healing” hizo un chiste de la capacidad regenerativa de la Tierra. Tan pronto salimos de tal crisis, retornó el efecto narcótico de la técnica. La sociedad continúa entonces moviendo sus engranajes donde las partes más pequeñas son los individuos. Por eso las predicciones de fusión con las máquinas pecan de ingenuidad, pues el humano moderno hace mucho que es un cyborg incapaz de sobrevivir sin ellas. No obstante, es un proceso irreversible y por tanto no caben las fugas románticas. Lo que apremia es adelantarse a la destrucción externa con un movimiento interno hacia la singularidad dentro de cada uno. Y es algo que habrá de incorporarse a todos los niveles de la acción política, subordinando incluso al Estado nacional.
Desde Ecuador, no podemos ya distraernos con, por ejemplo, si sube o baja el precio del petróleo o si caen bombas atómicas. No porque no nos afecte, sino porque son fenómenos fuera de nuestro control. Aplica el antiguo consejo de reconocer qué podemos influenciar y qué no. Ya hemos esbozado el reajuste estratégico que le compete a nuestro Gobierno. Los deslaves no suceden por la tormenta sino por la tierra que no tiene raíces. Personalmente, la cuestión es distinta. No es posible avanzar sin cuestionar el ideal que afirma que ‘vivir bien’ consiste en comprar más y mejor. Es una lógica infantil donde costear el juguete más grande y caro es suficiente para ser feliz. No importa lo lujoso que sea el artilugio como no importaría lo lujosa que sea la cárcel. Ajustarse a las reglas de un juego externo no es libertad. Lo mejor que los niños pueden hacer con un juguete es romperlo. (O)