“La verdad desesperanzada no nace ante una obstinada adversidad ni en el agotamiento de una lucha desigual. Proviene de que no sabemos ya nuestras razones para luchar o, precisamente, si debemos luchar”. Esta cita de Albert Camus, filósofo francés y Premio Nobel de Literatura, que vivió el desastre europeo de la II Guerra Mundial, se encuentra en su libro Moral y política. Como reflexión tiene sentido para todo y para todos, pues el probable y vergonzoso abandono debido a circunstancias indeseadas no tiene justificación ni argumentación que puedan validarlo como posibilidad y menos aún como práctica.

Lo nuestro, en Ecuador, es crítico en el nivel más alto ya que la corrupción en sus diversas formas se muestra cotidianamente de manera desafiante, casi invencible y también porque se manifiesta omnipresente cuando no respetamos los aforos autorizados para las reuniones de personas, o al conocer que durante años funcionó un sistema ilegal de venta de matrículas de vehículos y licencias para conducir, también por los denunciados sobreprecios en obras públicas y la inexistencia de procesos fiables de fiscalización, por la ausencia de medicamentos en el sistema de salud pública, infraestructuras de educación destruidas, oferta-demanda de sobornos y coimas para todo trámite, narcogenerales, abuso de poder con flagrantes casos de nepotismo, agresividad virulenta en las calles, ira y pobreza extrema. Y por el dolor por Zaruma, horadada de muerte por la minería ilegal a vista y paciencia de todos. Y así, la tragedia de la crisis… instaurada.

Uno de los elementos, siempre presente en este escenario, es el irrespeto a los sistemas normativos, a todos, a los del trato social, a los morales, a los religiosos; y, especialmente al que, teóricamente, no se puede irrespetar sin consecuencias para quien lo haga: al jurídico que tiene en lo legal a su exponente más conocido, porque la norma legal, en todos los casos mencionados está presente y manda, prohíbe o permite, pero no tiene vigencia porque la dejamos de lado por distintas razones que forman parte de un clima de laxitud y condescendencia que es una faceta de la corrupción generalizada. La ley no se acata en los aforos autorizados, en el sistema nacional de tránsito, en la contratación pública, en la provisión de medicamentos, en el cuidado de los bienes públicos, en los diarios casos de soborno y de coimas, en la minería que destruye vidas y ciudades. Las leyes no se respetan y pese a que siempre pueden ser mejores, en realidad no se trata de eso, porque las nuevas igualmente serán violentadas sistemáticamente.

Pese a la degradación ciudadana que representa nuestra situación actual, y precisamente por eso es necesario luchar para detener la decadencia presente y el fracaso futuro. Mucho se puede decir sobre lo que los otros deben hacer, yo escribo a modo de autoarenga personalísima dirigida a mí mismo y a otros ciudadanos comunes, para no claudicar en la construcción individual de la utopía y continuar en la búsqueda de superación cívica personal que conecte nuestra acción con la construcción y mantenimiento de la dignidad y de la vida. (O)