Uno de los cultos más singulares surgidos en las últimas décadas en México, país conocido por su fuerte devoción católica, es el de la santa muerte, usualmente representada con un esqueleto, vestido con hábito, parado o a veces sentado, con una guadaña y un globo del mundo o balanza, dependiendo de la representación.

Con el paso de los años, el culto a la santa muerte se expandió, convirtiéndose en un fenómeno digno de estudios religiosos y culturales, con la singularidad de que usualmente se la llama con eufemismos tales como “la santa niña”, “la niña blanca”, “la señora”, “la jefa”, “la hermana blanca”, “la niña bonita” y “la flor blanca del universo”. Si bien hay quienes consideran que es una demostración palpable de la entidad religiosa del pueblo mexicano, la Iglesia ha arremetido contra ese culto, tachándolo de blasfemia y degeneración, al punto que se comenta que el papa Francisco ha exteriorizado su preocupación ante el crecimiento del culto con millones de seguidores.

El simbolismo de la representación de la santa muerte es muy descriptivo: la guadaña corta el siglo de la vida, el globo terrestre indica que está presente en todas partes, el reloj de arena menciona el tiempo limitado de nuestras vidas y la balanza mide el sentido de la igualdad al final de los días, en otras palabras, nadie se salva de la “justa jueza”. Ahora bien, hay varias lecturas respecto a las razones por las cuales el pueblo mexicano empezó a desarrollar este apego con la santa muerte, habiéndose sugerido una teoría singular: si una persona se siente excluida y abandonada, “¿no buscaría una santa que también viviera en la ambigüedad y la clandestinidad?, ¿no tendría más confianza en esta santa poderosa que en una oficial que protege a los privilegiados y a los que están en el poder y que han resultado ineficientes?

En el proceso de expansión del culto a la santa muerte resulta interesante advertir que con el paso de los años varios grupos criminales, especialmente los relacionados con el tráfico de drogas, se fueron apropiando de su “universo ritual simbólico”, “por favor haz que mis enemigos desistan de serlo y que, si insisten en serlo, antes que puedan siquiera intentar hacer algo en contra mía, sientan en su piel y en su vida diez veces el daño que me quieran hacer”.

La convicción del mundo del narcotráfico de una supuesta protección por un ente divino ha traído consigo un fenómeno de identificación y apropiación, siendo llamativa su invocación en tarjetas con oraciones en las que se habla de venganza y protección. Es conocido públicamente que el Chapo Guzmán, para citar uno de los capos de los carteles mexicanos, era un fiel seguidor de la santa muerte, demostrando que la superstición ha encontrado una “legión de adoradores subterráneos”.

Hago mención a la santa muerte, porque como van las cosas en el Ecuador y luego de observar la orgía sangrienta en las cárceles y la muy posible conexión de lo ocurrido con las mafias transnacionales de la droga, no debería sorprendernos que, en poco tiempo, el culto a la santa muerte empiece a desarrollarse con fuerza en un país despistado que no termina en advertir lo que se viene. (O)