Parecería que el Ecuador ha pasado de ser una república de papel –magistralmente dibujada por Alfredo Pinoargote en el libro que, con ese nombre, publicó en los años del retorno a la democracia– a ser una república de maletín. Es que en nuestro país el maletín todo lo puede. Entre sus últimos logros es haber hecho algo que hasta hoy parecía imposible: que dos personas se puedan encontrar causal y clandestinamente por hora y media. Pero si eso desafía las leyes de la lógica, más aberrante, desde el plano de la ética y la ley, es que el uno sea un juez electoral y el otro sea parte interesada en un caso que dicho juez debe resolver, y que pasaron encerrados en un apartamento. Es, sin duda, uno de los actos de corrupción más grotescos que pueda registrar la historia reciente. Se equivocan quienes creen que el juez renunciará por un sentido de decoro o que será removido de su cargo – como sucedería en cualquier otra nación. No solo que él seguirá en funciones, como si nada, sino que nadie lo sancionará. Es más, en su momento probablemente ocupará un cargo público de mayor jerarquía. En la república del maletín la impunidad es la ley suprema. Porque el maletín todo lo consigue y a todos sirve. Sirve a la izquierda y a la derecha, a socialistas y capitalistas. El maletín no se hace problema con nadie, no se amarga la vida con aburridos debates ideológicos. Él va de acuerdo con todos.

El Ecuador parece no entenderse sin el maletín. A él todos le deben algo, leyes, decretos, reglamentos, resoluciones, mayorías, sentencias, contratos, títulos, no hay nada que el maletín no pueda en el Ecuador. Construye refinerías que no existen o hidroeléctricas que no sirven. El maletín es, además, milagroso. No solo que hizo el milagro de que un juez y el demandante del caso que él tiene que resolver se encuentren por mera casualidad por hora y media. También hizo el milagro de que otro juez analice cinco mil páginas de un expediente y redacte una sentencia de más de cien páginas en una madrugada. (Para variar, el juez fue luego ascendido milagrosamente). En la república del maletín, el maletín todo lo vence. Y lo que hace, lo hace con discreción, con sigilo, con cautela. Tan mágico es su poder, que quienes lo llevan de la mano haciendo maravillas por los pasillos ocultos del poder, siempre aseguran que adentro solo llevan papeles. El candidato que había encandilado a unos cuantos ingenuos y a ciertos avispados empresarios, con el cuento de que él, cogido de la mano de su compañera extranjera, representaba al nuevo Ecuador, y que hasta ayer nos daba clase de ética y de transparencia, al final resultó igual a todos los otros demagogos y narcisistas que nos han destruido.

La mejor prueba de esta hipocresía no está solamente en las absurdas y hasta cómicas explicaciones que, luego de once horas, nos dieron sobre el escándalo –tan idiotas creen que somos…–, sino también en la reacción que han tenido en contra de los periodistas que reportaron el hecho. Ahora resulta que ellos son los culpables. Esa ha sido la historia de la corrupción política desde Richard Nixon hasta nuestros dictadorzuelos criollos, la prensa que los destapa es siempre culpable. No sería de extrañarse que los periodistas hasta sean demandados. En la república del maletín todo es posible. (O)