Muy pocas personas en el mundo, como los clochards de París, desean tener una libertad absoluta en sus vidas, tanto que no les importa pasar día y noche en las calles, provistos de un solo traje –durable en toda su existencia–, con solo pan y vino, que les ofrecen los pasantes; y, durmiendo, en el invierno, al pie de las rejillas por donde sale el vapor caliente de los trenes subterráneos, dejando estos “cómodos dormitorios” solo cuando hace demasiado frío y piden a las autoridades que los encarcelen para tener un poco de abrigo. Es posible que haya en la mente de estos seres algo que desde la óptica y lógica de los demás no es comprensible. Pero existe una gran cantidad de gente que, por una u otra razón, se ve obligada a pernoctar a la intemperie, teniendo por colchón el frío pavimento y por techo la Luna y las estrellas, cuando la lluvia o los tremendos aguaceros no los acompañan en las terribles noches de la estación lluviosa. Lo que esta pobre gente sufre es inenarrable. Además de la inclemencia del clima y del hambre que padecen, sufren violaciones, robos de sus escasas pertenencias, maltratos, desalojos, carencia absoluta de servicios básicos y de cualquier insignificante comodidad que un poco de dinero podría ofrecerles.
Este Diario se ha hecho eco de esta penosa situación publicando cuatro reportajes al respecto, y dedicado un editorial, en ediciones de 11 de julio y 7, 8 y 9 de septiembre de este año, desnudando crudamente la penosa realidad de estos desafortunados, de quienes poco o nada se ocupan las autoridades.
A la mayoría de los políticos, por supuesto, no les interesa porque no son redituables electoralmente.
No se trata solo de indigentes, son también migrantes y personas adictas a las drogas y al alcohol las pobladoras de las aceras nocturnas, en Quito y Guayaquil, especialmente de la tercera edad, aunque también hay jóvenes. Más de 200 duermen, en condición de calle, en el centro de esta última, se afirma en uno de los reportajes. Uno de los problemas más recurrentes, por los cuales se ven obligados a tomar como habitación las calles, es la falta de empleo, por diversas razones. No es solamente nuestra resquebrajada economía nacional, sino también la ausencia de atención a tiempo para aquellos que menos tienen de parte de los gobiernos de turno, que ignoran esta problemática social.
Vale indicar que, según los reportajes, en Guayaquil hay un centro municipal dependiente de la DASE, que tiene un albergue con capacidad para atender a solo 40, en el cual pueden permanecer hasta dos meses, en que se entiende habrían logrado su reinserción social. Pero, parecería que esto es insuficiente. Debiera haber establecimientos que permitan acceder solamente en las noches a un dormitorio con cama, frazada, colchón y baños, acompañados de un desayuno al día siguiente, sin que tengan la obligación de permanecer en el asilo, puesto que muchos de ellos desean también trabajar y disfrutar de su libertad.
Ideal sería que el MIES y el MSP aúnen también esfuerzos y colaboren con las alcaldías para procurar una pernocta adecuada a quienes lo necesiten y no descansar hasta que ninguno esté en la calle. (O)