Las sociedades de hoy muestran preocupantes niveles de desigualdad entre sus integrantes, especialmente en lo que se relaciona con los ingresos. Esta desigualdad que se crea en las personas y los grupos genera condiciones conflictivas para la estabilidad de los países y da cuenta de una situación de injusticia que las políticas públicas y la acción de los ciudadanos deben tender a mejorar de manera permanente. Sin embargo, debe reconocerse que, a nivel planetario, vivimos el camino hacia una mayor igualdad: las sociedades de hace 100 años eran más desiguales que las de hoy.

Desde la Revolución francesa, con la abolición de los privilegios de la aristocracia, y la independencia estadounidense en el siglo XVIII, se fueron sentando contextos para que, en el siglo XIX, se aboliera la esclavitud, se desarrollaran los movimientos obreros, se ampliara el sufragio universal (de los hombres, primero, y de las mujeres más tarde), y que impulsaron, en el siglo XX, el aparecimiento de la seguridad social, la fiscalidad progresiva (quien tiene más ingresos debe pagar más impuestos) y los procesos de descolonización a nivel mundial, especialmente en África.

De modo que, a pesar de las extremas desigualdades entre ricos y pobres, hoy somos más iguales que antes. Sobre estas condiciones de la igualdad, en mayo de 2024, conversaron públicamente dos intelectuales preocupados por comprender cómo funciona la igualdad/desigualdad entre los humanos y por qué es importante y justo reducir la desigualdad. El resultado es el libro de Thomas Piketty y Michael J. Sandel, Igualdad: ¿qué es y por qué importa? (Bogotá, Debate, 2025), que entrega elementos para discutir sobre las acciones que los Gobiernos, los grupos dirigentes y los ciudadanos podrían tomar para trabajar en la reducción de las brechas que aún separan a los miembros de una sociedad.

Sandel es un filósofo que trata temas como el de la justicia y Piketty es un historiador de la economía, lo que hace de este diálogo un verdadero ejemplo de cómo el intelecto es necesario para desbrozar los grandes problemas de hoy y encontrar algunas vías posibles para solucionarlos. Las desigualdades excesivas son un asunto moral, político y económico, pues tienen que ver con la necesidad de que todos accedamos a los bienes básicos, de que todos podamos ser iguales en voz, poder y participación políticamente hablando, y de que todos podamos gozar de niveles mínimos y garantizados de dignidad en nuestros modos de vivir.

La distancia monetaria entre unos y otros es la base de la distancia social. Pero estos intelectuales no son maniqueos, tal como lo confirma Piketty: “El problema no reside en que una persona sea dueña de una casa o de un coche. El problema es la increíble concentración de propiedad que se produce en unas pocas manos y que se acompaña de una concentración de poder. Algunas personas tienen mucho poder; otras no poseen control alguno”. El desarrollo de la vida moderna está acompañado por una profundización de la conciencia democrática y por un mayor anhelo de igualdad en el acceso de los bienes fundamentales, lo que se logra con la lucha y la movilización de todos. (O)