Ocurrida ya la FIL, es bueno hacer balances. Los cinco días de ofertas relativas a los libros llenaron las instalaciones del Centro de Convenciones de personas atraídas por toda la gama de actores que tienen que ver con estos queridos productos. Tengo que darles ese nombre porque las ferias compran para vender y a quien le repugne la actividad capitalista, que esperen que se los regalen.

Como cada año, hay mucho que contar sobre ella, por eso voy a precisar mis ideas en torno de los autores y libros nacionales. Los lectores tienen que admitir que prefieren a los escritores de fuera, que vienen bien avalados por toda clase de propaganda, desde premios importantes hasta información en la red. Con los libros ecuatorianos podría pasar lo mismo, pero no es así: la prensa tiene menos espacio para noticias culturales y las que circulan por internet llegan según a quién se siga.

Esas razones o simple desinterés hacen que siempre se conozca menos a los autores del país que a los que triunfan en el extranjero. Por esto, la Feria del Libro cumple también la labor de invitar al escenario a importantes creadores que están cerca, a una o varias provincias de distancia, y no son aquilatados en sus reales méritos. Me referiré a varios de ellos: nadie ignora que Margarita Laso es la voz femenina más importante de la canción autóctona –y de otros ritmos–, pero se desconoce que es una original poeta. Tuvimos la oportunidad de escucharla reflexionar sobre sus dos quehaceres. Del ámbito musical estuvieron junto con ella Shuberth Ganchozo, con amplia información sobre los instrumentos de culturas originarias, así como un joven Ricardo Pita, a quien no le arredró la experiencia de sus compañeros de mesa.

Paúl Puma es un autor quiteño múltiple. Desde tempranísima edad está entregado a la literatura en muchas facetas: su obra lítica tiene resonancias históricas –impresiona su poema Guamán Poma de Ayala, alimentado por la corónica del gran indígena– y ha ensayado teatro y crítica literaria. Un autor tan completo no podía seguir faltando en la feria. Carlos Vásconez, de Cuenca, escritor de vocación indiscutible que ya publica con Seix Barral, dictó una lúcida conferencia sobre Faulkner, demostrando que el Premio Nobel norteamericano está en la raíz de importantes escritores de Latinoamérica.

Brillantes fueron los desempeños de Juan Caros Moya y de Sandra De La Torre en la mesa sobre las familias. Santiago Cevallos y Joaquín Hernández bucearon en la literatura que emergió del terrible Holocausto. Escritores de mediana edad como Paulina Briones, Solange Rodríguez y Andrea Crespo presentaron tres novelas cortas, como un proyecto común, patrocinado por Ifaic, para las cuales el acto derrotó las presentaciones habituales con un texto combinado leído por voces ajenas.

Necesitaría más espacio para celebrar el copioso rostro de la literatura ecuatoriana de hoy, lo importante es constatar que existe una profusa diversidad del culto literario. Que no hay predominio de alguna generación sobre otra. Que tenemos una feria para poner al día a los lectores y sugerirles que estiren la mano hacia esos libros que no se dejan vencer por las dificultares de publicar y tienen presente que, luego del énfasis de estos días, habrá ojos renovados que quieran extraer los secretos de sus páginas. (O)