Tengo la impresión de que en la atmósfera de miedo que vivimos damos vueltas en círculos, como el personaje Arturo Cova de La vorágine, la novela de José Eustasio Rivera. La selva espesa de la delincuencia nos impide ver el sol para orientarnos. Las actividades narcodelictivas están identificadas y las últimas leyes aprobadas por la Asamblea demuestran una especie de desesperación al otorgar a los miembros de la fuerza pública la facultad de matar. Cada uno es un James Bond, el agente secreto 007. Después vendrá el perdón, que ya es legal. Los militares están adiestrados para la guerra y dependerá de sus valores y su entrenamiento que usen bien esa terrible facultad. Desde que este problema empezó, hace varias décadas, hemos visto la aplicación de la ley de la oferta y la demanda. Si hay demanda de drogas, siempre habrá oferta.

Sucedió con las revistas pornográficas en Holanda mientras estaban prohibidas. Dejó de ser rentable cuando las permitieron y el problema casi desapareció. Claro que el negocio de los estupefacientes es mucho mayor en todo. También es cierto que hay muchos empleos que dependen del combate y persecución del narcotráfico.

El asunto es muy complejo para profundizarlo en una columna de periódico. Pero me parece que en los países del primer mundo, donde más hay consumidores, podrían invertir lo suyo en programas de educación y de medicina, que adviertan a los jóvenes del peligro de convertirse en consumidores consuetudinarios y dañar gravemente sus vidas. ¿Cuánto se invierte en esta tarea? No lo sé. Lo que se haga, es insuficiente y deberían destinar más recursos para atacar la causa: el consumo. Es un problema mundial y como tal debe ser abordado por la ONU, la Unesco, la FAO y demás instituciones internacionales.

El problema de la extorsión está íntimamente ligado con estas actividades delictivas. Es otra cabeza de la hidra monstruosa, pero es la que produce mayor alarma social. Pagas para que te protejan de ellos mismos. Si no pagas, te destruyen el negocio, te secuestran o te matan. Esas explosiones en la Bahía de Guayaquil, las que ocurren en otras partes de la ciudad, el Ecuador y otros países demuestran que el negocio es rentable y que sus autores son despiadados y organizados. La gente tiene miedo. Miedo que está en la atmósfera y se mete en negocios y hogares, calles y avenidas. La televisión muestra pequeños negocios que han cerrado sus puertas debido a la extorsión. El delincuente ha investigado a su víctima, conoce a su familia, ha estudiado sus rutinas y ataca.

Muy poco puede hacer la fuerza pública si el pueblo, la víctima no coopera denunciando a la Policía o no se defiende a sí mismo. Los barrios, los negocios, las manzanas deben unirse para no dejarse extorsionar. Otros países también sufren el grave problema y talvez tengan soluciones. Ecuador puede tomar la iniciativa y convocar una reunión internacional de las fuerzas del orden para analizar el problema, que es común, como una actividad aliada al narconegocio. Tal vez los mandos sean los mismos. Busquemos soluciones o inventémoslas. Y que los jueces no sean venales. (O)