En la Asamblea Nacional se está gestando una nueva aberración, con el impulso de Valentina Centeno, quien presentó un proyecto de ley para “beneficiar a los jóvenes a través de la educación dual”. Primero, la educación dual ya existe en Ecuador. El Ministerio de Educación emitió recientemente un decreto para incorporar progresivamente a 90.000 estudiantes de Bachillerato Técnico en el programa de formación dual. Segundo, aunque hay empresas que ofrecen esta modalidad, esto no significa que hay un mercado empresarial suficiente que vaya a captar toda la demanda, ni siquiera como mano de obra barata temporal.
Centeno, quien anunció que seguirá como asambleísta titular mientras cursa una maestría en el extranjero, revela o bien desconocimiento del campo educativo y laboral, o bien una táctica astuta. Tal vez no sea la peor idea evitar las críticas a su falta de dedicación como representante electa lanzando una ley, aunque esta sea inútil o mala; pero su uso del tiempo libre entorpece la labor de la Asamblea, que tiene mejores tareas que atender, y confunde a la ciudadanía. Ninguna ley debería redirigir fondos (si los hay) de la educación básica y el Bachillerato para crear como cortina de humo frente a la precariedad laboral. Con o sin experiencia, los jóvenes difícilmente conseguirán empleo en Ecuador porque simplemente no existen las oportunidades.
Pero enfocándonos en la materia, la formación dual, lo más preocupante es la promesa de que un título, sea un Bachillerato Técnico o una Tecnología, pueda garantizar la obtención o retención de un puesto de trabajo y, más aún, el desarrollo de conocimientos y habilidades necesarios para un empleo acorde al título. En la supuesta meritocracia del Estado, es un requisito elemental, pero ahí es más importante el apalancamiento familiar o amistoso. Todos los burócratas conocen al menos un empleado que no tiene un título registrado en la Senescyt o sobre el que se rumora que fue registrado de manera dudosa. En el sector privado, todos los gerentes saben que lo que dice el papel está con frecuencia lejos de la realidad.
Los jóvenes ecuatorianos tienen grandes dificultades para expresarse de manera oral y escrita, para seguir instrucciones, para tener iniciativa. El roce temporal con empleados seleccionados previamente y entrenados en empresas importantes les puede dar un necesario empujón intelectual pero exiguo en relación a lo que realmente se necesita para tener éxito laboral. El título, a la final, no es solo una herramienta de elitismo cuando lo emite una institución prestigiosa, sino que implica un esfuerzo más grande y el cumplimiento de estándares más altos que otros estudiantes. Un diploma de una institución mediocre o deficiente no sirve ni para enmarcar porque, más allá de decir que la persona asistió a clases (con suerte), poco garantiza su idoneidad como futuro empleado.
Antes de acelerar la incorporación laboral de jóvenes poco preparados, el país tiene la obligación de fortalecer el sistema educativo público, sin perjuicio de monitorear rigurosamente la ejecución de los programas de formación dual. (O)