Atributo de los regímenes autoritarios y totalitarios es asumir el control absoluto del poder, las instituciones y los ciudadanos. Entre las políticas más apetecidas es intervenir de manera incondicional en el sistema y los contenidos de la educación. Ponerla al servicio del Estado y del partido. Concebida como herramienta apropiada para controlar el pensamiento, alcanzar la hegemonía y la reproducción del poder codiciado como eterno.

Durante los diez años del correísmo en el poder no se privaron de pretender instrumentar los contenidos de la educación para ponerlos al servicio de la aventura autoritaria. Los textos de ciencias sociales o de historia dibujaban la historieta de los héroes de la revolución frente a los otros, los villanos. Los proletarios que debían aniquilar a la burguesía. Nuestros jóvenes debían leer las citas de Marx y Engels, disfrutar del heroísmo del Che Guevara, percibir que el imperialismo es la última fase del capitalismo y la entrada a la sociedad perfecta, exaltar los logros del socialismo del siglo XXI, la satanización del capital y la condena de la búsqueda del lucro, diseñar vallas con los logros de la revolución; y, hasta elaborar un calendario guerrillero.

La educación, para la concepción autoritaria del poder, es entendida como propaganda y consigna y sus contenidos al servicio de la fantasía ideológica. Mecanismo ideal de adoctrinamiento para domesticar a la juventud y homogeneizarla en el pensamiento único. Algunas instituciones estatales de educación superior, conducidas por activistas, conmilitones y fieles al caudillo, en las que se reclutaban académicos no por méritos de formación, sino por fidelidad y camaradería. ¿Se acuerdan del rector activista de una universidad pontificia que, desde un pulpito repetía la prédica del estigma contra la libertad de información del caudillo de identidad resentida?

El sistema educativo en la sociedad democrática no forma militantes para el credo del rencor y el resentimiento social. Entrega instrumentos para el análisis crítico, para aprender y comprender, valorar la diversidad y la libertad de elegir, para diferenciar y dudar, centrado en la dignidad de la persona y en los valores del pluralismo y la tolerancia. Formar profesionales y líderes demócratas, que valoran los principios de la libertad, la búsqueda y el encuentro por el bien común.

Las universidades son los espacios naturales de la pluralidad y de la universalización del pensamiento. Abiertas a la libre circulación de las ideas, No fortificaciones que adiestran desde el delirio la mentalidad socialista y la obsesión populista.

Concebir la universidad como santuario de manipulación y sectarismo, que encierra a la juventud en la simplificación del pensamiento absoluto y de la intolerancia, es indigno e irresponsable. Convencer desde el dogma, que transmite como único pensamiento la lucha irreconciliable de clases y el resentimiento como motor de la historia, es promover el conflicto y condenarnos a la desventura del rencor y la confrontación eterna. La formación educativa es la antítesis de la retórica y el dogmatismo. (O)