A solo una semana de acudir, nuevamente en este año, a las urnas electorales, ahora a responder cuatro preguntas surgidas desde el poder, no sé ustedes, pero yo no encuentro ambiente electoral que justifique ese gasto y esfuerzo y que evidencie ansias de cambio de una población acostumbrada a vivir en crisis y que se queja siempre de lo que pudiese ser bueno, a la menor sospecha de que podría afectarla directa o indirectamente.

¿Será que la ineficiencia evidente de las consultas, en el pasado reciente, las ha combustionado como método de expresión ciudadana? ¿Que la poca implementación de sus resultados han generado desencanto en aquellos que tomaron una postura? ¿O también que los mismos políticos se han encargado de desvalorizarlas o enrumbarlas hacia otros propósitos lejanos a los que están plasmados en una papeleta?

Todos los anteriores me parecen síntomas de una fatiga democrática, y entre ellos el más peligroso creo que es el último: ya en el pasado las consultas como la que viviremos en pocos días se han convertido en un examen de apoyo o condena del gobierno y gobernante de turno, sin reparar en lo que realmente se está consultando y los alcances que podría tener en el devenir del país un voto positivo o un rechazo, dependiendo del tema. Y ya en ese mismo pasado reciente, que se hayan descartado propuestas interesantes por una reacción hepática del votante contra el gobernante ha sido una factura dolorosa.

Este escrito no pretende sugerir el voto. Ni siquiera insinuar cómo lo ejerceré yo mismo. Sí pretende inculcar en ustedes la necesidad de enterarse en profundidad y con responsabilidad de los temas que se están consultando, cómo están planteadas las preguntas y visualizar qué podría pasar si digo sí o si opto por el no.

Defender la validez de su pronunciamiento nunca debe generar fatiga, porque en el momento en que ocurre, se corre el grave riesgo de ser irresponsable con el país. Sí, el de sus padres y parientes; de sus hijos y, sobre todo, el que dejarán a sus nietos.

A solo una semana de volver a las urnas electorales creo que ya es tiempo de ponerse serios y armar nuestros grupos de amigos (presenciales por favor, no en chats donde las emociones quedan marginadas) para discutir con responsabilidad cómo se va a sufragar este 16 de noviembre.

No es suficiente con ir “por el papelito”, que luego suele ser exigido en trámites públicos; o rayar en la papeleta lo que sea porque “nada va a cambiar”. Cuantas veces nos llamen, cuantas veces debemos acudir a ejercer el derecho al voto buscando por mano propia toda la información relacionada con la postura que tendré ante cada pregunta, ya que la premura del evento electoral y la muy escasa campaña de propaganda han sido responsables de las muchas dudas que deben rondar ahora mismo la cabeza de los ciudadanos.

Sí, hay elecciones el domingo 16, y si no se ha enterado o poco le importa, tiene una semana para ponerse al día sobre las preguntas, sus motivos y sus alcances, así como los efectos que tendrán con las dos opciones que se plantean. Que otros no decidan por usted, porque no acudió a votar o no puso sus rayas a conciencia. (O)