Así se llama la película (2003) de Wolfgang Becker, premiada en varios festivales internacionales, que oscila entre la comedia y el drama, una metáfora de la política mundial en las últimas décadas. En octubre de 1989, en los estertores de la República Democrática Alemana, Christiane, una mujer que apoya el régimen comunista, sufre una apoplejía mirando a su hijo en la televisión en una protesta contra ese Gobierno. Ella permanece en coma durante ocho meses, mientras cae el muro de Berlín, y las dos Alemanias se unifican bajo la dirección de la Federal. Cuando ella despierta, Alex, el hijo, se las ingenia con la ayuda de amigos y vecinos para organizar un montaje de ambientes y falsos noticieros con la finalidad de que su madre crea que nada ha cambiado, porque la realidad podría causarle un disgusto fatal. Pero, poco a poco, Christiane descubre la verdad, y entonces…

¿Tanto cambió el mundo en el siglo XXI? ¿Acaso el comunismo es una propuesta finalmente fallida y obsoleta? ¿Por eso la derecha le dio una paliza a Pablo Iglesias y su socialismo acomodado en las recientes elecciones para la alcaldía de Madrid? ¿Bienvenidos el capitalismo y el neoliberalismo? Entonces, ¿qué significan el llamado socialismo del siglo XXI y el Foro de Sao Paulo? ¿Por qué un candidato con un discurso que parece anacrónico, como Pedro Castillo, podría llegar a la presidencia del Perú el próximo mes? Al parecer, “un espectro se cierne sobre América Latina”, parafraseando la primera línea de El Manifiesto Comunista que Marx y Engels escribieron en 1848: el fantasma del retorno de aquello que se creía caduco desde la caída del muro y la desaparición de la Unión Soviética. No es muy evidente, pero incluso en el Ecuador tenemos algunos indicios, aunque aquí ya no está de moda bautizar a los niños como “Lenin” o “Stalin”.

Quizás los acontecimientos de octubre de 2019, que los habitantes de Quito no podemos olvidar ni perdonar, constituyen un aviso, más allá de la composición heterogénea de los manifestantes. Sería ingenuo y simplificador creer que toda la agitación estuvo causada solamente por los nuevos subversivos nacionales, apoyados por infiltrados venezolanos y cubanos, y solapados por el correísmo para variar. Al margen de la violencia que los indígenas ejercieron sobre sus propios hermanos que no habían plegado al movimiento, debemos preguntarnos si en todo ello no hay un serio y potencialmente explosivo malestar causado por las desigualdades sociales y económicas crónicas en este país, semejantes a las de Europa a mediados del siglo XIX. Un malestar actualizado en un mariateguismo creciente, que podría llegar al poder si no trabajamos todos para mejorar la situación general de los ecuatorianos. Si no lo hacemos, alguno de nuestros nietos o bisnietos podría llamarse “Iván Ulianov” o “Federico Marx”. Nunca se sabe.

DESPEDIDA: Un afectuoso adiós para “el Boltaire Moreno”, como lo llamábamos sus compañeros en la escuela primaria. Hizo lo mejor que podía y que sabía para un país eternamente quejumbroso, pedigüeño e insatisfecho, como él lo acaba de verificar. Que disfrute de la paz tan ansiada por él desde hace cuatro años.(O)