Eran meses de verano al inicio del curso, en mayo, y de invierno a su fin, en enero, que asistíamos a clases los estudiantes, entre aguaceros, humedad y el canto de los grillos. El maestro ingresaba al aula, donde, en número aproximado de cien, lo esperábamos ansiosos. Algunos, con cierto temor y mucho respeto, nos ubicábamos en los asientos de la primera fila. El salón era suficiente para albergarnos en la planta alta de la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales de la Universidad de Guayaquil, desde las siete hasta las nueve de la mañana. Ataviado de modo impecable, con traje y corbata, tiza en mano, el profesor, luego de pasar lista, en medio de un silencio absoluto, empezaba su clase. La Constitución de la República, el primer documento de la “biblia”, como llamábamos al compendio de leyes que, en un solo libro, de finas hojas y diminuta letra, en número de más o menos quinientas, debíamos tener todos a la vista, era el objeto de la materia del Dr. Gil Barragán Romero.

Gil Barragán Romero: excelencia y servicio

Nuestra imaginación volaba al son de los relatos que nos hacía el doctor, quien nos llevaba, por ejemplo, a la plaza donde, en la vieja Inglaterra, se ejecutaba a los delincuentes, en la cual, en el mismo momento en que se hacía la venia, por parte del verdugo, para que el garrote ponga fin a la vida del ejecutado, entre el público espectador se estaba cometiendo exactamente el mismo delito por el cual perdía la cabeza el decapitado. Así nos explicaba, de manera didáctica, el efecto no disuasor de las penas. De ese modo, con anécdotas o citas, el Dr. Barragán nos introdujo y condujo, en el segundo año de nuestra aspiración, a convertirnos en abogados de la República por las intrincadas figuras de nuestra Carta Magna, vigente en aquella época, con las cuales nos hacía entender el alcance de las normas, y recordarlas después, para rendir los exámenes orales ante un tribunal que infundía mucho recelo y miedo, y que podía sentenciarnos a regresar en abril, si no lo convencíamos suficientemente de nuestros conocimientos o, simplemente, “dejarnos de año”.

Eran aquellos tiempos en que los alumnos acudíamos a las aulas a la hora precisa y bien vestidos. A nadie se le hubiese ocurrido asistir con jeans, zapatos de caucho y en camiseta, o interrumpir al profesor de mala manera.

El Dr. Gil Barragán Romero no solo dejó su impronta y pasó a la historia del Ecuador por ser una persona sin tacha, honesta, culta, y un gran jurisconsulto, que prestó sus invaluables servicios a la patria cuando le fueron solicitados, sino por haber sido un verdadero maestro, a quien veneramos y recordamos, con gratitud y cariño, quienes tuvimos el privilegio de ser sus pupilos.

Mañana, desde las 17:00, en el Aula Magna de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil (ubicada en la avenida Carlos Julio Arosemena), recibirá un justo homenaje, al cual se han adherido la Universidad de Especialidades Espíritu Santo (UEES), la Universidad Internacional del Ecuador y el Colegio Nacional Vicente Rocafuerte.

Estamos invitados todos aquellos que, de uno u otro modo, pudimos disfrutar de su amistad y de sus conocimientos. (O)