Una gran proporción de la población sumida en la pobreza, más altos niveles de violencia y caos institucional es una suma que da como resultado una situación explosiva. Solamente es necesaria una pequeña chispa para que todo salte por los aires. El primer síntoma es el pesimismo, que rápidamente se riega por todo el tejido social. Muy pronto se transforma en una rabia que alimenta ideas descabelladas. A su vez, estas impulsan conductas cada vez más irracionales que retroalimentan el sentimiento de desgracia. El círculo –vicioso por donde se lo vea– se completa con el pedido de la mano dura.