Son frecuentes las conversaciones en que surge el tema político y presuntos análisis sobre el momento que se vive. No es extraño que se concluya que no hay planes de gobierno, o que no son suficientes, que es necesario que propongan y desarrollen proyectos que respondan a las necesidades de la población. A veces se recalca que hay mucha improvisación, que responden más a mantener una aceptación numérica de la ciudadanía que a resolver los verdaderos y evidentes problemas.

Entonces, surge la preocupación por el futuro, no falta quien diga que más tarde será peor porque los jóvenes no están interesados en construir y mantener un país que les brinde oportunidades. La pregunta es, si encuentran ahora esas oportunidades y si están listos para producirlas y multiplicarlas

En todo caso, sí es importante pensar en el porvenir y en la necesidad de que los futuros ciudadanos y gobernantes hayan recibido educación cívica y política, propia de las relaciones sociales, indispensables para la convivencia. Podemos hablar de una educación para la ciudadanía que promueva la reflexión sobre el acontecer nacional e internacional para la toma de decisiones frente a los retos que constantemente se producen en el mundo cambiante de hoy.

Es necesario que los estudiantes reflexionen sobre sus responsabilidades, derechos y deberes cívicos dentro de la escuela y más allá de ella, en su familia, en su barrio, con sus amigos, y para ello debe prepararlos la escuela, creando espacios en los que los estudiantes participen activamente defendiendo sus ideales y respetando la diversidad de opiniones en un ambiente de tolerancia. Esto fomenta el diálogo, el cuestionamiento y prepara una ciudadanía bien informada, al mismo tiempo que promueve una mayor participación comunitaria y crea vínculos con otros miembros de la comunidad.

De esta manera, aprenderán a fomentar el diálogo y la tolerancia y, algo muy importante, desarrollarán la capacidad de análisis y evaluación de decisiones políticas a la vez que se propicia el conocimiento y respeto a leyes y a los derechos humanos para fortalecer el sistema democrático.

Pero la responsabilidad no es solo de la escuela, es de la sociedad toda, primero porque es educadora asistemática, por acción de presencia y, además, porque hay organizaciones destinadas a promover la democracia, que deben considerar a los jóvenes como destinatarios principales de su trabajo.

Educar no es solo instruir, es decir, no se trata únicamente de transmitir conocimientos sino de la formación integral del ser humano, así lo dice la pedagogía y, en nuestro país, también lo dice la Constitución, y esa formación se produce en su contacto con otros seres humanos, desde la propia familia, pasando por la escuela, el barrio, la ciudad, el país y su cultura. En otras palabras todos, sin darnos cuenta, somos educadores de otros, no es planificado, no existen programas, evaluaciones, exámenes, pero influimos en esa formación integral, por acción de presencia.

Todo lo expresado en estas líneas se relaciona con la formación del ciudadano y por lo tanto con nuestra realidad actual y la futura. (O)