Seamos muy claros, si se dan las circunstancias legales y la voluntad de los países, no debería existir discusión alguna respecto de las ventajas de que un líder narco sea efectivamente extraditado a los Estados Unidos.
No solo por la garantía de que en el país del norte no fugará del presidio al que vaya, como usualmente ocurre en nuestro país, sino también porque a diferencia de lo qué pasa en nuestro sistema penitenciario, ese reo ya no tendrá la facultad de seguir ordenando y arreglando sus fechorías desde el interior de la prisión. En otras palabras, dejará de ser líder narco.
Pero para que las cosas queden claras, no es que con la extradición de uno o más capos de la droga, nuestra lucha contra el narcotráfico esté solucionada de forma definitiva, en lo más absoluto.
Vean, a inicios de este año, en el pasado mes de febrero, México autorizó, con el fin de atender la petición del Gobierno estadounidense, la extradición de 29 narcotraficantes de alto nivel, entre ellos Caro Quinteros, considerado como el “narco de narcos”, decisión que llamó mucho la atención ya que no se había dado antes un acuerdo de extradición de tal magnitud entre esos países. Más allá de entender las razones que motivaron tan importante acuerdo de extradición, no cabe duda que fue un golpe duro a parte de las estructuras principales de los narcos, lo que permite también esbozar la expectativa de que luego de la extradición los niveles de violencia y sostenibilidad de la economía criminal se reduzcan de forma progresiva al punto de debilitarse seriamente, por no decir totalmente.
El punto es que esa percepción no incorpora la capacidad que tiene el negocio narco de sustituir liderazgos, pues los vacíos que dejan los narcos extraditados son llenados rápidamente por otros criminales que se convierten en los nuevos y temidos líderes, continuando con el manejo del lucrativo e ilícito negocio.
Obviamente, hay que ir más allá de las apariencias para entender que en el fondo todo se reduce a la vigencia de una economía criminal arrolladora y envolvente, de miles de millones de dólares en juego, que quién sabe llegue a su fin el día que los países elaboren un planteamiento más aterrizado acerca de la legalización de la droga.
Hasta eso, claro está, países como el nuestro tienen que tomar decisiones radicales y valientes, una de ellas permitir la extradición, pero con la certeza de que el camino a una victoria real está plagado de buenas intenciones.
Por el resto, hay que seguir apoyando, sin excusas, la lucha del Estado en contra del narcotráfico, sin olvidar que la extorsión y el secuestro afectan a los ecuatorianos en estos momentos quizás de una manera más incisiva y directa.
Lo fundamental: ojalá cada líder narco que opere en nuestro país termine pagando su vida delictiva en una cárcel estadounidense, pero no caigamos en el candor de creer que con la captura y extradición de uno de ellos el país vuelve a su normalidad. El desafío es descomunal. (O)