El “Digital first”, o lo que es lo mismo en español, “Primero la versión digital”, que ha desplazado en los últimos años muchas de las actividades académicas, editoriales, informativas, de fondo y forma que se desarrollan en la sociedad, ya tiene una hermana mayor a la que muchos temen antes de entenderla: la tendencia “AI First” que traducida al español no es otra cosa que “Inteligencia Artificial Primero”, encabezando cualquier opción tradicional o digital, cuando se trate de explorar mejor sus opciones.

De hecho este 2025 ha traído consigo la puesta en práctica a fondo del concepto “AI First”: las grandes corporaciones del mundo, que marcan el camino empresarial (sea para bien, sea para mal) han empezado a reducir la plantilla laboral en todas aquellas actividades de la elaboración de sus productos que puedan ser automatizadas. O sea, convertir esas actividades repetitivas y previsibles en procesos robotizados que perfeccionen la calidad y abaraten costos de las industrias. Y la prueba está teniendo resultados positivos para ellos, negativos para quienes se han resistido con uñas y dientes a evolucionar.

Aún está lejos, y esperemos que mucho, aquella ficción del androide persiguiendo a Sarah Connors en la inmortal saga de Terminator, pero lo que sí puede hacer ya la IA es asumir procesos de los que el algoritmo ha aprendido con eficiencia: un escrito básico de abogado; una revisión inicial de síntomas de un paciente; o la a ratos monótona acción de unir piezas diminutas, como lo exige la tecnología y que ahora la asumen con mayor evidencia los robots que por años han estado siendo perfeccionados para esas tareas “básicas”.

Y cuando tildo a la “AI First” como hermana mayor, es porque lo que se está haciendo ahora no es solo incorporar sus herramientas a la producción, sino reorganizar toda la lógica productiva para que la automatización sea el punto de partida, no más el complemento. Desbrozar el bosque para luego poner a trabajar en lo que resta a las mentes brillantes que tardarán en ser sustituidas por la máquina, porque las acciones imbuidas de emociones y sensaciones son mucho más difícil de clonar en los algoritmos. Todavía.

Todo esto tiene la virtud de ir cumpliendo etapas en la evolución tecnológica que vive el planeta. Solo hace pocos días leía el ultimato que la jefatura de The Washington Post (sí, el diario que tumbó a Nixon por espionaje) daba a los trabajadores que, varios años después del aterrizaje de Jeff Bezos en la cúspide del accionariado, se resisten a cambiar el periodismo tradicional por el digital. Y Bezos, pese a lo sugestivo de su apellido, no es una manzana en almíbar y lo que quiere es que su inversión en prensa comience a caminar la ruta de Amazon, su prodigio en las ventas online a nivel mundial.

La conclusión de Darwin, en su obra El origen de las especies, inspirada en buena medida en Galápagos, se vuelve ahora profética: solo sobrevivirán los que se adapten a los cambios. Está ocurriendo aquí y ahora porque la IA ya no te asiste, es el método; ya no acompaña, es el camino. Y quien se siga resistiéndose está enfilado hacia la extinción. (O)