Ir a Esmeraldas desde Quito es encontrarse con paisajes alucinantes. Montañas verdes, con picos como mares encrespados, azules, lilas, morados y hojas de árboles que el viento las torna en plata destellante cuando se viran con la brisa. Por momentos los árboles forman puentes sombríos en el camino. El perfume acompaña los sonidos que producen un concierto suave y envolvente.

A medida que avanzamos y cambiamos de provincia, la carretera se hace camino pedregoso, las flores asoman por todas partes, las vías se estrechan y manejar se convierte en un desafío. Los rostros y figuras humanas cambian y cimbreantes jóvenes negras con niños encantadores de ojos azabaches caminan con pausa al lado de las cunetas. La algarabía de los pueblos y ciudades esconde un miedo sordo que se cuela por miradas esquivas, puertas entreabiertas y ruidosas motos que en grupo llevan grupos de policías, enfundados en trajes como robocops. Llegamos a la capital de la provincia verde.

Cuánta belleza y cuánto miedo. Corren rumores de enfrentamientos en la frontera, de niños que deben guarecerse de fuegos cruzados, de peligros y desazón. Además de la pregunta: ¿cuántos asesinados hoy?

Había un ambiente de discreta esperanza, podemos construir días mejores.

Algunos medios de comunicación querían datos de los sucesos, pero nadie me preguntó sobre otro acontecimiento importante. Se estaban llevando a cabo las jornadas Edupaz: 1.350 personas, sobre todo docentes de escuelas, misionales y fiscomisionales se habían reunido dos días para hablar, escuchar conferencias y participar en talleres sobre la paz.

Fue un encuentro conmovedor, por lo acertado de la organización donde participaban muchos voluntarios liderados por jóvenes de la organización Nación de Paz, Cáritas, y otras organizaciones. El obispo Antonio Crameri estuvo los dos días sentado en primera fila, almorzando con los participantes, tomando notas y haciendo preguntas.

Me conmovió el interés por los diferentes temas abordados, qué es la paz, la relación entre educación y violencia. Qué tiene que ver y aportar el arte a la educación para la paz. Cuál es la relación entre cárceles y las calles, qué son los barrios de paz, hay espacio para la esperanza en las actuales circunstancias, cómo se pueden gestionar las emociones en contextos de sicariatos, muertes, violencias, amenazas. Qué rol tiene lo lúdico en la generación de convivencia, paz.

Cómo vivir en medio de las llamadas vacunas, el miedo y el silencio impuesto.

Había un ambiente de discreta esperanza, podemos construir días mejores. Tenemos que unirnos.

Hay que comenzar con fuerza, con pasión y cuidándonos unos a otros. La pobreza extrema es una condicionante de la violencia, la equidad es la otra cara de la paz. La violencia es estructural, pero vencerla requiere, además, cambios personales. La corrupción es un asesinato social, como lo es el narcotráfico, hay que generar espacios de territorios libres, hay que ponerse en marcha con lo que podemos, responder con la misma violencia nunca ha sido una solución. Tenemos que creer en nuestras capacidades, necesitamos ayuda para gestionar las emociones. Fue un evento que ayudó a ponerse de pie y a buscar la unión para hacer frente, con o sin apoyo gubernamental, a la angustia que los oprime y a la violencia que los mata. (O)