Se caen las montañas, erupcionan los volcanes, los ríos inundan campos y ciudades, prospera la delincuencia, la inseguridad mata la confianza. El padre de familia teme por sus hijos, el vecino desconfía del vecino, las tragedias matan personas. Todo son sobresaltos. Los canales de televisión están saturados de crónica roja. No hay espacio para mirar temas distintos. La paz, que era nuestro orgullo y nuestro refugio, se ausentó.

Mientras tanto, los políticos debaten, los asambleístas bloquean iniciativas, archivan lo que no les interesa e impulsan los temas que convienen a los proyectos del partido, hacen discursos y creen lucirse. Crecen como hongos los liderazgos negativos. Ninguna propuesta. Todo es crítica y ánimo vengativo. Las intervenciones, casi sin excepción, giran en torno al odio, el resentimiento y las disputas. La mediocridad nos abruma.

Y si ensayamos la democracia...

Cualquier entrevista confunde, deprime y, con frecuencia, indigna; casi todas se mueven entre los lugares comunes, las mentiras toleradas, las medias verdades, las suposiciones y los rumores. Y la idea de que cada personaje es el dueño del mundo y el titular de todas las razones.

Me pregunto, entonces, ¿es viable el Ecuador?, ¿es posible un país sin solidaridades, sin tolerancia ni espacio para los otros? ¿Es posible una república en la que se legisla para obstruir cualquier iniciativa? ¿Es posible la convivencia si la mano extendida ha sido reemplazada con el puño que agarra la piedra o el garrote? ¿Somos una sociedad si imperan la intolerancia, el grito destemplado, la amenaza y el paro? ¿Somos sociedad si no podemos entendernos?

La traición

Un país sin élites comprometidas más allá de sus intereses, sin dirigentes que trasciendan de sus mínimas ambiciones... no es país.

Tengo serias dudas de que el país político, el de los partidos y movimientos, sea el país auténtico, el nuestro. Tengo dudas de que quien trabaja, ahorra, cultiva o estudia sea el mismo que se autodestruye, el que se agota buscando la liquidación de su rival. ¿Es esto una democracia? Quedan sus formas, el camuflaje de las elecciones, el discurso de la ambición, el radicalismo, la soberbia; pero no queda nada de la auténtica representación de algo que llaman pueblo, que han transformado en masa susceptible de todas las manipulaciones, esa masa cuyas ilusiones se transforman en argumentos para afianzar el poder y despreciar a los rivales.

Riesgo país de Ecuador se acerca al umbral de los 2.000 puntos

Un país sin instituciones no es país. Una comunidad sin confianza en las leyes no puede ser república. Sin liderazgos positivos, sin diálogos que apunten a lograr consensos mínimos, esto que pomposamente llamamos “Estado de derecho”, es apenas el espacio que encierra enemigos que se destrozan, es el depósito de las decepciones de la gente, de esa gente en la que, según se dice, radican la soberanía y la legitimidad.

Un país sin élites comprometidas más allá de sus intereses, sin dirigentes que trasciendan de sus mínimas ambiciones, y sin grandeza, no es país. Es quizá un territorio en el cual nos destrozamos, nos odiamos, nos enfrentamos. Es la mesa de juego en la que algunos apuestan a los dados, y en el que siempre pierde aquel ser confiado y trabajador que se llama ciudadano.

¿Es posible este sueño que llamaron Ecuador? (O)