Muchos suelen culpar a la dolarización del escaso crecimiento de nuestra economía. Pero el crecimiento es el resultado de un conjunto de políticas públicas, siendo tan solo una de ellas el régimen monetario y cambiario. Es curioso que quienes señalan a la dolarización como explicación de nuestro estancamiento secular olvidan que Ecuador sufrió una década (2007-2017) del proyecto autoritario del socialismo del siglo XXI, seguida de ya más de siete años (2017-2025) de retorno a la democracia sin haber reformado significativamente el estatismo heredado de la llamada Revolución Ciudadana. Este conjunto tóxico de políticas –proteccionismo comercial, política industrial, sectores importantes de la economía bajo monopolio estatal (energía, electricidad, recursos naturales), mercado laboral hiperregulado, entorno regulatorio paralizante, carga tributaria asfixiante, gasto público excesivo, etc.– en gran medida sigue con nosotros. El informe Libertad Económica en el Mundo, publicado anualmente por el Instituto Fraser, documenta cómo estas políticas que limitan la libertad económica suelen derivar en un menor progreso, con o sin dolarización.

Por ende, al comparar el crecimiento de Ecuador con otras economías de la región, hay que tener en cuenta que las que han crecido más suelen tener una mezcla de políticas más proclive al crecimiento económico, siendo solo una de ellas la política monetaria y cambiaria. Entonces, si bien Chile y Perú han solido crecer a tasas más altas que Ecuador, esto se debe a que han tenido economías más libres. Tanto en Chile como en Perú se dio una liberalización comercial importante, incluso mediante la apertura unilateral de su mercado. Ambas economías reformaron sus sistemas de pensiones, pasando a un sistema de capitalización individual. Tanto Perú como Chile abrieron el sector eléctrico a la inversión y gestión privada hace décadas. Perú también tiene un régimen liberal de arbitrajes que contrasta marcadamente con aquel de Ecuador.

La dolarización, si bien no lo resuelve todo, es un gran punto de partida y blindaje contra los peores males del populismo. También vale la pena para otros países de Latinoamérica que se miran en el espejo añorando convertirse en el próximo Chile o Perú, cuando es más probable que estén más cerca de Venezuela o Argentina.

Recientemente, Nicolás Cachanosky y Emilio Ocampo publicaron un estudio donde señalan que el tener moneda propia, en el caso de Argentina, deriva un pernicioso vínculo estrecho entre el vaivén de la política nacional y el valor de la moneda. “En promedio, un cambio del 10,8 % en la probabilidad de que un régimen populista regrese al poder produce una depreciación del 10 %”. Por esta razón, Argentina, a pesar de tener un presidente con vocación de implementar un programa de reformas de mercado –salvo en el ámbito monetario y cambiario– no logra divorciar la volatilidad política del valor de la moneda.

La ventaja de la dolarización, frente a las demás reformas de mercado, es que esta es una reforma estructural que es muy difícil de revertir y que provee una protección formidable de los derechos de propiedad de los ciudadanos aun en tiempos de populismos carnívoros. Y eso no es poca cosa… (O)