En Davos, centro de debates de la élite económica mundial, el presidente colombiano Gustavo Petro desarrolló con sencillez y profundidad un planteamiento para detener los impactos del cambio climático y la probable extinción planetaria. En el propio escenario de los adoradores del capitalismo, dijo que ese sistema ha fracasado en detener la proyectada desaparición de las especies y del hombre mismo. Han sido 3 o 4 décadas de retóricas declaraciones en improductivas 27 conferencias denominadas COP climáticas, cuando las estadísticas marcan incrementos sostenidos de las concentraciones de gases efecto invernadero como CO2 y otros que originan el demoledor envite atmosférico.

Instó a los empresarios y gobiernos a reformular el fracasado capitalismo dando paso a uno descarbonizado, imputándole al actual la razón de la crisis climática que podría llevar a la extinción de la vida. Para evitar la catástrofe, denunciada y comprobada científicamente en todos los foros globales que han insistido inútilmente en adoptar políticas terminantes que abandonen el consumo siempre al alza de combustibles fósiles como petróleo, gas y carbono, mutando ese sistema a un esquema desestimulante del uso de energías contaminantes.

Las pruebas de afectaciones son frecuentes, manifestadas en elevaciones inusitadas de temperatura que provocan sequías en unos casos y en otros inundaciones, exacerbando los fenómenos periódicos de El Niño y La Niña del Pacífico Sur, la frecuencia e intensidad de huracanes en Centroamérica y el sur asiático, provocando dolorosos desplazamientos humanos, pérdidas de cosechas y crías, agitando el peligro de hambruna que esos esquemas de terror traen aparejados.

Las plantas como seres débiles a esas inclemencias, son las más perjudicadas no solo por su destrucción, sino por los cambios en sus facetas reproductivas, en sus períodos de floración, como lo reportan en España en plantaciones de lechuga, brócoli y alcachofa, resultando sobreproducciones del 20 % que distorsionan el mercado. Por otro lado, son situaciones que conducen a la baja en rendimientos de frutas de hueso como albaricoques, ciruelas, melocotones, etc., en regiones templadas; en tanto, en las tropicales, los episodios de frías temperaturas reducen cosechas de banano.

El plan colombiano establece que las recomendaciones de las diferentes conferencias anuales climáticas deberían tener carácter obligatorio tanto como las decisiones adoptadas en los tratados de libre comercio y los mandatos de la OMC, evitando que los esfuerzos se queden en meras declaraciones que robustecen los archivos de esos encuentros, hasta ahora sin aplicación real. Se sustenta que debería efectivarse el canje de deuda por servicios climáticos, liberando a las naciones no desarrolladas, a la vez las más damnificadas, del inmenso peso de una deuda que debe ser condonada.

La adaptación y mitigación no debería ser con cargo a los países más desfavorecidos, aumentando deuda, sería imposible que puedan soportar el alto costo de remediación que ellas no originaron, estimado en 125 billones de dólares hasta el 2050. Latinoamérica está obligada a secundar el planteamiento colombiano. (O)