El mundo es un caleidoscopio de variaciones humanas, un complejo problema que la vida nos impone a los seres humanos que nacemos en las latitudes más diversas de la Tierra. Venimos de diversas raíces históricas y culturales, hablamos una interminable variedad de idiomas, razonamos con diferentes rigurosidades lógicas, profesamos creencias de diferentes orígenes religiosos, pertenecemos a distintas razas entre nuestras principales diferencias.
En nuestras cortas vidas hemos asistido a cambios extraordinarios en la sociedad mundial. Algunos de ellos nos han permitido superar las guerras, destrucción y muerte que traen los desencuentros violentos, mientras otros nos han hecho perdurar en esas diferencias, convirtiéndolas en “guerras eternas” que van durando siglos y, en algunos casos, milenios.
Ha sido refrescante, en medio del torbellino de esta etapa de “incertidumbre radical”, venir a Santiago de Compostela y ser testigo de la renovación espiritual y física que representa la peregrinación desde los más diversos confines al sepulcro del apóstol, cuyos restos fueron traídos desde Palestina hasta las tierras gallegas. Ver a mujeres y hombres, jóvenes y viejos, empuñar sus bastones para caminar centenares de kilómetros en un acto de fe, me renueva la esperanza en la humanidad.
Desde los registros más antiguos de la historia podemos ver que los seres humanos nos distinguimos por los conflictos, por provocar destrucción y muerte, incapaces de dialogar y buscar entendimientos. Al contrario, preferimos las bravuconadas estériles.
Las naciones se construyen sobre cimientos de acuerdos que definen y buscan un destino común. La definición más simple de una nación es aquella entidad que comparte un territorio, una población, recursos, costumbres y valores que la identifican y hacen una entidad singular frente a otras naciones. En muchos casos, una nación puede estar conformada por una pluralidad de naciones que persiguen el mismo fin. Hay territorios que albergan centenares de naciones.
En la realidad estas entidades nacionales pueden tener diferencias marcadas y confrontar hasta que puedan acordar el camino común a uno o varios destinos.
Europa es un ejemplo de la multiplicidad de naciones que estuvieron en conflicto permanente durante siglos y tuvieron millones de muertos por sus desavenencias, rivalidades e intereses de toda índole. Hace ochenta años creamos las Naciones Unidas justamente para buscar la paz que el mundo no pudo tener durante siglos.
Hoy estamos en una nueva era en la que los peligros de confrontación acechan nuevamente a los países del mundo, inmersos todos en una era donde se impone la polarización antes que la razón y el diálogo.
Francis Fukuyama escribió en 1992 el libro El fin de la historia y el último hombre, que sostenía el fin de la lucha ideológica entre socialismo y capitalismo. Hoy, el mundo continúa debatiéndose sobre derechos individuales y colectivos, sin lograr encontrar un equilibrio que le permita al ser humano vivir con dignidad en un mundo que mire al futuro y no se ancle en el retrovisor del pasado. (O)