En política, todo vale, reza un dicho popular. Y bajo esa premisa cualquier cosa se hace para captar el poder. No importan los medios porque para los interesados, el fin lo justifica. Por ello, al momento de confeccionar las listas para terciar en las lides electorales, los partidos y movimientos políticos realizan sus encuestas y, de acuerdo al puntaje que cada uno de los “elegibles” obtiene en ellas, los colocan en las papeletas.

Por tanto, no interesan las destrezas, conocimientos, experiencia, transparencia y responsabilidad social en el manejo de la cosa pública, ni el afán de servicio y más atributos de los que debe gozar el candidato, porque lo único que importa es que sea conocido por los electores, para que, al momento de rayar la papeleta, lo seleccionen porque es “famoso” o su favorito en el deporte, en la pantalla chica o en cualquier otro ámbito, sin pensar que estas personas, excelentes en su oficio o profesión, no necesariamente estarían lo suficientemente preparadas para ejercer el cargo para el cual las están postulando.

No es posible que, a título de evitar la exclusión se llegue al punto de la casi ninguna exigencia...

Y es comprensible esta forma de obtener un buen resultado en las urnas porque, en política, esto del “conocimiento” es la primera condición para lanzar a alguien al ruedo, porque, si una persona que reúne los elementos requeridos para ser un buen presidente, prefecto, alcalde, etc., no es conocida a nivel popular, es obvio que nadie va a votar por ella. Y, aun siéndolo, si no está dispuesta a servir de marioneta, tampoco va a aceptar la propuesta. Nos encontramos, entonces, ante un círculo vicioso, existente desde que somos república, del cual difícilmente podremos salir porque el pueblo también necesita educarse al respecto.

Pero algo debemos hacer. No es aceptable que esta situación se siga prolongando en el tiempo. Debiéramos preparar a la juventud desde la escuela para que participe en estas lides, enseñándoles a amar a su patria y a ser honestos. Somos víctimas de la corrupción, vicio que carcome los bolsillos de los pobres mientras engorda los de muchos que están en las funciones públicas. Además, debiéramos tener una legislación apropiada que imponga a los partidos y movimientos políticos ciertas reglas, no solo acerca de la formación de las bases, sino de la selección de los cuadros que van a poner a consideración de las masas para la elección de los líderes, comenzando por la Constitución, en la cual solo se exige, para presidente de la República, ser ecuatoriano y tener 30 años de edad; y, para los asambleístas, ser ecuatoriano y 18 años de edad. No es posible que, a título de evitar la exclusión se llegue al punto de la casi ninguna exigencia para desempeñar tan altas y delicadas funciones. Debiera preverse, incluso, un examen que indique que el aspirante se encuentra en perfecto estado de salud mental.

Las precandidaturas exhibidas la semana pasada por los distintos grupos que aspiran a manejar las prefecturas, alcaldías y otros son la muestra patética de lo que acabamos de afirmar, porque “en política, todo vale”. (O)