El filósofo y escritor español Fernando Savater escribió: “… el anonimato es el santuario de la cobardía… es un subterfugio que funciona como un truco para la impunidad en la ofensa o el delito”.
En tiempos como el que estamos viviendo ahora, la acción política revolucionaria, la deconstructiva, está asociada con el anonimato, con las máscaras y los disfraces. Funciona en torno a la lógica de esconderse, tirar piedras y accionar otras armas, incendiar y escapar. En las movilizaciones de masas hay carne de cañón, hay fanáticos que apedrean, desaforados que gritan sus rencores. Se puede palpar el odio. Hay incendiarios que, al parecer, no responden a nadie, anarquistas que tiran la molotov y se escabullen, y algún dirigente que se escuda tras el tumulto, entre la palabrería y el discurso barato. Bajo la demagogia de siempre.
Entre lo deseable y lo posible
El anonimato encubre las responsabilidades y camufla las ideas. La noticia espectacular, en el tambor de lata de la televisión y las redes, se limita a registrar las asonadas, la destrucción de bienes públicos y privados, la quema de estaciones de la Policía Nacional, y el miedo de la gente de a pie. Nadie se pregunta, sin embargo, ¿qué es, de verdad, lo que buscan?
En el anonimato estas personas esconden las intenciones verdaderas: la tarea es desmontar el régimen democrático y la economía libre, la consigna es destruir cualquier sistema que no sea el que les acomode a sus dirigentes. Esta es una estrategia que, gracias a la ignorancia, la novelería y el disparate, ha capturado, incluso, el entusiasmo de “niños” de clase media que ni se comprometen ni debaten. Estos grupos son los campeones del disfraz. Son los teóricos, los privilegiados con la revolución en la agenda.
En el escenario que se ha creado, ya no solo me pregunto si el país es viable. Ahora me pregunto si el Ecuador es vivible, si es un espacio donde es posible vivir en paz, me pregunto si es posible crecer como gente sensata y tolerante, amparase en la ley, hablar sin miedo, respetar a los diferentes y esperar que nos respeten, creer en la mano abierta y condenar el insulto y la pedrada, y someterse al poder legítimo y a la autoridad.
Está en entredicho el país, no solo el sistema político. Está en entredicho la cultura como sistema de vida y de valores, no solo la estructura burocrática del Estado; está de por medio nuestra condición de personas libres, con dignidad, derechos y responsabilidades, porque todo eso está en manos del tumulto de enmascarados, que obedece a dirigentes que no creen en nada que no sea el fanatismo y el cálculo que les anima.
En Ecuador somos millones de personas que queremos vivir en paz, trabajar, educarse, prosperar, sin embargo, esos millones tenemos derechos que ahora están condicionados por grupos violentos, minorías de minorías, que no saben o no quieren comprender de respeto ni de democracia, y que, entre pedradas e incendios, proclaman sus privilegios, sus teorías, sus consignas, su voluntad de poder, su desobediencia a la sensatez y a la ley en nuestro país.
Algunos de ellos estudiaron, sin embargo, ¿será que realmente entendieron lo que es la democracia, el respeto, el sentido del deber? (O)