Desde el 22 de septiembre sigue el paro nacional en Ecuador por el rechazo al Decreto 126, que elimina el subsidio al diésel.
El epicentro se ha mantenido en Imbabura y las ciudades han develado su racismo estructural contra los pueblos y nacionalidades. Así es el caso de la ciudad de Otavalo, donde las personas mestizas gritaban “ignorantes”, “vagos”. Se develaron discursos nacionalistas y racistas, como “El país no es de ustedes, las tierras no son de ustedes, (...) son de nosotros”. Me pregunto quiénes van incluidos en esta idea de un “nosotros”. Es la sociedad mestizo-blanqueada replicando el odio blanco burgués colonial con anhelos de tapar sus rasgos indígenas que les causan sentido de inferioridad.
Los locales comerciales en el centro de Otavalo que mueven su economía con las personas kichwas gritan: “Hombres vagos, váyanse a trabajar”, o insultos como “Lárguense a trabajar, que mantengan a las mujeres, ociosos, ¿qué hacen aquí?”. Se les olvidó que los pueblos fueron hechos con la mano de obra forzada kichwa y que hoy ocupamos tanto el campo como la ciudad.
Nos asignan oficios diciéndonos: “Vayan a trabajar como albañiles (...). Cargadores en el mercado se necesitan cuánto”. En estas expresiones de odio siguen vigentes los sistemas feudales o de haciendas que colocaban al indígena en espacios de servidumbre; así mismo, es el sistema capitalista neoliberal que nos ubica en la mano de obra barata explotada por las grandes fábricas de textil, flores, caucho, etc.
Somos también discriminados por el cabello largo que portan nuestros compañeros con elegancia y símbolo de identidad kichwa Otavalo. Salen faltas de respeto, como “Maricones (...), tienen el pelo largo, bárbaros, ociosos”. Imperan ideas de superioridad y el deber ser indígena, pobre, de campo, callado, sumiso, negándonos el derecho a ser sujetos políticos, hacedores de un Estado plurinacional y agentes de cambio.
A las mujeres nos insultan: “Si ni cama no tienen, en la estera duermen. Luego ella ha comido... y pare y luego quiere (...) bono”; “Ponte el anaco, ve, longa”. Se expresa un odio hacia nosotras agudizado en insultos aporofóbicos, sin ningún sentido común y total ignorancia de los derechos. Un insulto a nuestros cuerpos, al derecho a la salud sexual, reproductiva. Una naturalización al deber ser “mujer indígena”. Sin embargo, nosotras decidimos cómo vestirnos con los recursos que contemos. A esto se suma la criminalización social de la protesta, con expresiones como terrorista, y represión, que son acciones encubiertas por una sociedad abiertamente racista burguesa que ocupa el poder estatal.
Así como Otavalo, las ciudades blanqueadas son racistas y es importante denunciar estos actos de odio y discriminación amparados en los artículos 176 y 177 del COIP. Invito a todos quienes digamos “No soy racista” o a quienes ha causado incomodidad esta lectura que puedan procurar leer los derechos de los pueblos y nacionalidades. Saber escuchar y respetar es un paso. (O)