Me acuerdo de aquel cuento de Enrique Anderson Imbert titulado “El leve Pedro”. El protagonista no solo que pierde peso sino gravedad. Poco a poco empieza a flotar sin dificultades, hasta que un día su mujer, al despertar, lo encuentra dormido en el techo como un globo atascado en una esquina. Es tan leve que, para evitar que se lo lleve el viento, ella lo amarra de una pierna. El final del cuento no importa porque lo decisivo ya se planteó: esa extracción de la piedra de la gravedad lo deja todo libre y por los aires.

Digo esto para acercarme a hablar de otro Pedro, de Pedro Rosa Balda, poeta ecuatoriano casi secreto, como ocurre solo con los buenos poetas. Ahora, además de secreto, es leve, levísimo, gracias a su nuevo libro titulado, con delicada coherencia, Peso pluma, y publicado meses atrás por la editorial La Caída. Esto por supuesto no es ninguna novedad si han conocido su poemario anterior, Uves como cuervos, ese título que empieza a brillar si pensamos en la desbandada cromática sobre amarillos y azules espesos de uno de los últimos cuadros de Van Gogh: Trigales bajo un cielo amenazador con cuervos. Ese aleteo oscuro se vuelve más luminoso con estos poemas embebidos de humor, de un suave desencanto y esa mínima perplejidad que enseñó la poesía oriental con un maestro como Basho. Quienes han leído al poeta japonés saben lo que se experimenta con sus haikús. Al principio no se entiende nada, los versos parecen una simple ocurrencia, como quien describiera apenas una percepción, un olor, un vibrato. Pero poco después se sospecha que no, que esa percepción corona un mundo sumergido. Cito un par de ejemplos traducidos por Ernesto Hernández Busto en Hoguera y Abanico (versiones de Basho) publicado por editorial Pre-Textos:

Versos como semillas

de la glicina:

nada de flores


O ese otro que llega a nosotros antes que el pensamiento:

Atrapa al ojo

el crisantemo blanco,

inmaculado.


A poco de quedarse leyendo a Basho, por lo menos media hora seguida, algo cambia en nuestra percepción y en nuestro lenguaje. De pronto presentimos que el mundo se podría articular con pinceladas de tres versos.

No diré más de Basho porque aquí de quien quiero hablar es de Pedro Rosa Balda y Peso pluma. Pero era necesaria la digresión sobre el poeta japonés porque no se entendería la propuesta de este poemario que podría dejar perplejo a un posible lector. Indolentes, insensibles, cada vez más arrastrados por el horror sensacionalista de lo escabroso, como si el requisito de la expresión fuera destripar más violencia de la violencia, la poesía de Pedro Rosa Balda funciona como antídoto de humor y desencanto vital. No son poemas que dan testimonio del colapso sino de los momentos siguientes, cuando el colapso se asimiló y mal que bien sobrevivimos. Por supuesto, él lo dice mejor que yo.

Estar ya dentro de la trampa,

Pero seguir haciendo todo lo posible

Por no caer en ella.


Son tan buenos y breves los poemas de Rosa Balda que puedo hacer una antología súbita de Peso pluma:

Retrocedo ¿para perfeccionar el salto

o para no darlo?

Acabo por saltar, pero en mitad del salto

me percato que no hay otra orilla


Y el poema ubicado en la página contigua al anterior

Que el estilo sea tu dignidad,

tu suprema venganza,

el canto de tu desencanto.


Puedo seguir antologando, por supuesto:

Mosquito: colibrí de otro reino


O este otro:

Blanco: duelo del negro

Nieve: frustración de la lluvia

Lluvia: nieve de pobre


O esto de acá:

Yo no estoy buscando,

Yo ya no encontré


Para terminar con los versos iniciales:

Ser ligero sin ser superficial,

Profundo sin ser pesado…

That is the question


Pedro Rosa Balda vive en Manabí, vivió muchos años en Francia. Va y viene. Por supuesto lo ha leído todo de la poesía ecuatoriana y latinoamericana, desde Hugo Mayo a Girondo, de Porchia a Nicanor Parra, de ahí viene, pero también de exquisitas y minuciosas lecturas de Dickinson, acaso de Francis Ponge, y que él explicaría mejor que yo. Mi propósito solo es sugerir, dar una pincelada sobre este librito delicioso que dice ser peso pluma. Sin parpadear ni un segundo, sin bajar la guardia, recordemos que el peso pluma también es el boxeador más ligero, lo que no le quita ­­–más bien es la condición de la sorpresa– que lance ganchos al mentón y derrumbe esos obstáculos que existen entre nosotros y el goce de reírse de uno mismo. (O)