“Coso”, según la Academia, significa plaza de toros. Pero, en Quito, los periodistas deportivos suelen referirse ocasionalmente como “coso del Batán” al Estadio Olímpico Atahualpa. Un escenario de fútbol tiene semejanza con un ruedo taurino, entonces vale la metáfora. Me permito abordar la problemática del tradicional edificio prevalido de mi condición de habitante común y corriente de Quito, pero confieso que soy más aficionado a los toros que al fútbol. Mis memorias del Atahualpa no se refieren a lo futbolístico, sino a tiempos en los que allí se entrenaba y se competía en el atletismo intercolegial. Buenos tiempos en los que esa categoría deportiva era muy considerada, acaparando portadas de las secciones especializadas de los periódicos. Recuerdo a Nancy Vallecilla, Danielle Elie, Roberto Erazo, Marc Hamburger, Werner Roselli y otros notables atletas.

Este tipo de construcciones tiene implicaciones que rebasan su propósito principal y afectan a situaciones económicas, sociales, culturales y urbanísticas, no solo por las notables dimensiones que tienen, sino también por la masiva asistencia que provocan los espectáculos que se producen en ellos. La gente va allí a emocionarse, a experimentar sensaciones de alegría o de ira, de tristeza, de satisfacción estética. Los públicos desarrollan con tales escenarios una relación afectiva que ha de ser tomada en cuenta al decidir su destino. No se puede derrocarlos fríamente, como con una plataforma gubernamental o un bloque de oficinas.

En las últimas décadas del siglo pasado los clubes más populares, Liga y Aucas, construyeron sus propios estadios, esto ha llevado a que el Atahualpa vaya perdiendo vigencia. El estadio de la capital debería ser la sede principal de la selección ecuatoriana, pero se prefiere para sus actuaciones otros campos menos tradicionales con mejores instalaciones. El viejo coso adolece de una prematura senectud, deteriorado, tugurizado, sucio, grafiteado... ubicado en uno de los terrenos más valiosos de la ciudad, es una mácula en lugar de ser adorno. Afortunadamente, el Municipio de Quito ha tomado nota de esta situación y parece dispuesto a solucionarla.

Tales inmuebles deben preservarse y mantenerse a ser posible en su uso original, sí, pero dentro de la realidad, garantizando su viabilidad económica, social y urbanística. No se trata de guardar edificios viejos por guardarlos. El Municipio necesita crear una entidad, con el respectivo respaldo jurídico y administrativo, que desarrolle sobre esos bienes proyectos que aúnen en su forma y en su propósito la memoria, la utilidad, la estética y la rentabilidad. El cabildo aportaría la idea y la propiedad de ese espacio, inversores privados pondrían el capital y la estructura empresarial. Al final, sin usar un centavo de fondos públicos, el Municipio podría vender su parte realizando la utilidad del proyecto. El Estadio Olímpico tiene gran potencial como núcleo de un centro de negocios y actividades de distinto tipo. A lo mejor estoy desvariando, pero creo que la Alcaldía debe ser proactiva en estos casos, salvar la historia con emprendimientos dinamizadores, en lugar de sentarse “a ver qué ofrecen”. (O)