Debajo de la Franja de Gaza, Hamás ha excavado un laberinto de túneles, una auténtica telaraña usada para esconder armas, municiones, y, más recientemente, los civiles secuestrados este 7 de octubre.

Hamás ha sido siempre claro con sus intenciones: la aniquilación total del Estado de Israel. La coexistencia nunca fue una opción. Su carta fundacional de 1988 ya estaba atiborrada de frases que expresaban esto usando el lenguaje del odio religioso: “Israel existirá y continuará existiendo hasta que el islam lo destruya, tal como ha borrado a otros antes”; “No vendrá el Día del Juicio hasta que los musulmanes combatan a los judíos. Hasta que los judíos se escondan tras las montañas y los árboles, los cuales gritarán: “¡Oh, musulmán! Un judío se esconde detrás mío, ¡ven y mátalo!”. La carnicería de civiles y rapto de inocentes perpetrado hace pocas semanas fue solo la manifestación más reciente de esta detestable ideología que mezcla odio, antisemitismo, religión y política.

Pero vale la pena preguntarse cuál fue el objetivo del último ataque de Hamás. ¿Fue solo el producto de una rabia ciega, sin otro fin que el de causar dolor y muerte? ¿O al contrario fue una maniobra estratégica, calculada para provocar que Israel cause una catástrofe humanitaria y geopolítica? La segunda de las opciones parece más probable, y la estrategia de Hamás parece estar funcionando. Desde el 7 de octubre hasta el día de hoy más de 7.000 palestinos han fallecido en los bombardeos israelíes, de los cuales se estima aproximadamente 3.000 fueron niños. Ya han superado con creces las 1.400 víctimas de Hamás. El horror de ese primer ataque islamista está siendo eclipsado por la brutalidad de la represión israelí. Ríos de sangre fluyen a través de Gaza.

Los defensores de Israel replicarán que Hamás también tiene la culpa, pues es conocido que la organización terrorista utiliza hospitales, escuelas, y otros edificios civiles como bases militares, justamente para transformar a inocentes en “escudos humanos”. Pero ese es el punto. Hamás busca que Israel cause la mayor cantidad de “mártires” cuya sangre despierte la indignación de la comunidad internacional y la ira del mundo islámico. ¿El objetivo final? Para empezar, destruir la posibilidad de que naciones como Arabia Saudita normalicen sus relaciones con Israel y “forzar” a gigantes como Irán a intervenir en el conflicto. En última instancia, causar un “efecto dominó” en la geopolítica de la región que culmine en una guerra apocalíptica donde Israel sea finalmente borrado del mapa.

Israel atraviesa un campo minado. El hecho de que Hamás se esconda entre civiles no exime a Israel de su obligación, tanto moral como nacida del derecho internacional, de distinguir entre combatientes y no-combatientes. Bombardeos como el ocurrido en el campo de refugiados de Jabalia difícilmente pueden justificarse, incluso si con ello se logró la muerte de Ibrahim Biari, uno de los comandantes de Hamás. Y es que esa es la estrategia final de la organización terrorista: hacer que Israel entre y se pierda en su laberinto, y que de allí no salga más. (O)