Me gusta pensar que también fue un impulso vegetal lo que me lanzó a los libros de Han Kang, la escritora coreana que ganó el Premio Nobel de Literatura en 2024.
Como tantos otros de Occidente, me había hecho esta pregunta: ¿Quién es? Me lancé a sus libros como quien busca un destino. Ella es genial, una genialidad madura, sobreviviente. Quizá siempre supo más cosas que todo el resto. Por ejemplo, logró establecer un lenguaje posible entre un profesor de griego antiguo que ya no puede ver y una estudiante, antes poeta, que no puede ni quiere hablar.
Es posible que la novela definitiva de una tradición sea, fundamentalmente, sobre el lenguaje. Ese tipo de obras dan cuenta de la existencia de una región compartida entre el reino de la novela y el de la poesía. La clase de griego, publicada en español en el 2023, es entonces una novela sobre el lenguaje o las maneras en que los seres humanos nos relacionamos con el silencio. También podría ser una novela sobre el poder de nuestra fragilidad y los desastres que vivimos para hacernos conscientes de que no hablamos una lengua, sino que es la lengua la que nos habla desde los siglos y las cenizas de la historia.
Creo que pocos libros, como este, me han permitido observar el antiguo diálogo que evoca la Ruta de la Seda: Asia entera, con su introspección meditativa y sus símbolos, capaz de verse en un espejo tan distinto, como es el mundo occidental, signado por racionalidades políticas y discursos vertidos sobre el espacio público, el fundamental del alma europea. Es más: se trata de un libro en el que ese juego de espejos tiene un sentido, precisamente porque nos recuerda que así como el silencio existe porque hay el ruido, sabemos que existimos porque hay otros.
Hay una conciencia, muy especial, que nace mientras estás por perder algo, como la visión, la memoria y otras formas de la salud. Quizá por eso ha sido mundialmente aclamada La vegetariana, novela poderosa y durísima de Han Kang, que habla acerca de cómo es tan curioso el hecho de sobrevivir a las tragedias. A veces pareciera, como en este libro, que es gracias al sacrificio de alguien más, como las madres, y si no fuera por esas ofrendas que otros nos hacen, a veces no tan conscientemente, no seríamos capaces de seguir en el mundo.
No es, ni de lejos, una novela sobre el vegetarianismo. El hecho de no comer carne es solo un pretexto para hablar del dolor, las heridas, las enfermedades mentales o la posibilidad de vernos reflejados en el mundo vegetal, precisamente cuando nos falta lo más humano: la compasión. Cuán cuidada y delicada por precisa es la escritura de esta autora, y de quienes traducen sus obras a las lenguas heredadas de la cultura helénica y del latín. Ni siquiera necesita muchísimas páginas para hacernos sentir el poder de la literatura. La obra de Han Kang podría parecer un monumento a la perfección que anhela Occidente, pero es, fundamentalmente, el lugar al que solo la meditación más profunda nos lleva, como si de una respiración muy consciente y calmada se tratara. (O)