He conseguido explicarme la poca empatía que tengo por el presidente americano Donald Trump usando la astrología china. Según este sistema de adivinación, por su año de nacimiento (1946), él es un “perro de fuego”; los nacidos en 1955, en cambio, somos “cabras de madera”. La metáfora salta sin necesidad de demostración. Claro está que no creo en este método de predicción de base mitológica, pero sirve para inventar pseudosentidos en el gran sinsentido de la vida. Así puedo decir que la clave de mi desafecto al cuestionado magnate devenido en presidente es que a las cabras no nos gustan los perros y tiramos al monte.

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Pero no por esto puedo negar que con frecuencia coincido con sus posiciones. Así ocurrió con su reciente discurso ante la Asamblea General de la ONU, cuya reunión tenía carácter de celebración, porque el organismo cumplía ocho décadas desde su creación. Iniciemos el análisis de la intervención de Trump con un paréntesis para contarles qué pasó antes de empezar. La escalera eléctrica que abordaron el presidente y su esposa se trabó a mitad del trayecto, dejándolos en una situación incómoda. Tampoco funcionó el teleprónter que iba a usar el mandatario para ayudarse en su alocución. Cuando habló, el sistema de sonido ambiental estaba desconectado, de tal manera que solo lo escuchaban los asistentes que tenían puestos audífonos de traducción.

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La desafortunada “coincidencia” de pequeños fallos llevó a hablar de “triple sabotaje”. Y ese olor quedó flotando, en ese recinto que siempre, y en particular en estos tiempos de Hutíes y Hamás, debe mantener los más altos estándares de confiabilidad. No lo dijo expresamente el presidente, pero queda implícita la interrogante, ¿una entidad que no puede manejar la seguridad de su Asamblea General, está capacitada para encarar la paz mundial? Lo que sí dijo fue que “parece que todo lo que pueden hacer es escribir cartas con palabras fuertes a las que nunca sigue ningún efecto... las palabras vacías no detienen guerras”. Sosteniendo que ha resuelto siete conflictos en siete meses, comparó su aporte con el de la ONU que, en el mismo lapso, no arregló ninguno. Recordó que, siendo un constructor inmobiliario, les hizo una oferta para restaurar su edificio, pero los altos burócratas internacionales optaron por una propuesta “corrupta” más cara que usaba peores materiales.

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Pero no solo habló de las omisiones del organismo multilateral, sino que se refirió también a acciones como su política migratoria que sería un “asalto a Occidente”. Más allá de si nos agrada o no el personaje, hay que darle razón en determinada medida. Se puede añadir otras “agendas” nocivas promovidas por la ONU y sus agencias. Los foros de la entidad mundial están dominados por una mayoría tercermundista de autocracias y oligarquías sostenidas por el oro o el hierro de las superpotencias autoritarias, cuyas decisiones están orientadas a debilitar al mundo occidental. Así la posibilidad de un gobierno universal que “garantice la paz y la seguridad”, no es una bella aunque irrealizable utopía, sino una espantosa distopía con serias posibilidades de lograrse. (O)