Habrá tiempo de discutir las preguntas “de referéndum” en el próximo plebiscito, pero, consecuente con lo que siempre se ha sostenido en esta columna, pido a mis conciudadanos votar sí en la pregunta “de la consulta popular” que pide convocar a una asamblea constituyente para que dicte una nueva constitución. Se le suplicó al gobierno del presidente Moreno dar este paso, pero no se atrevió. Lo propio ocurrió con el presidente Lasso. Antes de ellos, obviamente, nunca se le sugirió lo mismo al autócrata que dictó la constitución, porque ya sabíamos que la consideraba su obra magna y que iba a durar 300 años, más que Coca-Codo y que la refinería del Pacífico. Ahora sucede que el propio autor y dueño apoya la idea de una nueva constitución.

Dice el padre del mamotreto de Montecristi que la nueva asamblea será “solo” para mandar a la casa al actual presidente y para “actualizar” su disparatada creación. Pero en realidad, lo hace porque ya se dio cuenta de que el desatinado instrumento no permite gobernar sin un sólido control de la Función Legislativa y si no se cuenta con sendas mayorías en varios organismos (Corte Constitucional, Consejo de Participación Ciudadana, Consejo de la Judicatura, entre otros). En su vanidad infinita, él creyó que siempre iba a poseer el apoyo popular suficiente para controlar esos entes, pero ya sabe que podría no ser así y en una hipotética vuelta a la Presidencia, personalmente o por interpuesta persona, se le podían complicar las cosas y mejor es curarse en salud.

¿Por qué digo que la constitución ecuatoriana de 2008 es un Chernóbil jurídico? Porque en esa ciudad entonces soviética, en 1986, ocurrió el mayor accidente nuclear de la historia. Fue causado por un error, tremendo pero involuntario. Era un tipo de falla favorecida por los rígidos e ineficientes esquemas administrativos del comunismo, pero eso no cambia su naturaleza accidental. Y tampoco cambia que causó un número aún indeterminado de muertos, probablemente decenas de miles. Dadas estas características de la tragedia, se pudo calificar como un “Chernóbil biológico” al accidente de Wuhan, porque en esa urbe china, en 2019, una manipulación descuidada, favorecida por el poco respeto de los sistemas comunistas a las personas, permitió la fuga del mortal virus que causó millones de fallecimientos.

La constitución correísta es un Chernóbil jurídico. Las malas disposiciones de la carta magna ecuatoriana y de las pésimas leyes secundarias que aplicaron sus principios han sido copartícipes necesarias de la reciente ola de violencia, cuyas víctimas mortales se cuentan ya en cifras de cuatro dígitos. Quienes las elaboraron, y quien las alentó y aprobó, pueden no haber querido que suceda así, pero en afán de mostrarse muy garantistas, modernos, primermundistas, aprobaron una serie de desatinos por los que hay que pasarles factura histórica. Es inevitable mencionar, aunque sea con brevedad, dada su gravedad, que también son responsables de problemas que han lisiado a la economía nacional. Es por tanto urgente participar, por lo menos con nuestro voto, en la sustitución de este horror que se abatió sobre el Ecuador hace diecisiete años. (O)