Pese a la inicial e íntima resistencia con el título de esta columna, por lo unidimensional y manido de la propuesta, terminó finalmente materializada en el texto, porque sin educación todo el resto: seguridad, economía, institucionalidad, cuidado ambiental, equidad, adecuada coexistencia, no pueden ser visualizados con pertinencia y, por lo tanto, tampoco tratados correctamente.

Educación cívica que analiza la convivencia, las formas de resolverla y que permite a los individuos incorporar a su entendimiento, de manera consciente, la necesidad de construir y fortalecer estructuras para el bien común, la dignidad, la justicia, la preservación de la naturaleza, la tolerancia y el respeto a la vida.

Si la educación en general, la que tenemos en casa, la que adquirimos en la vida cotidiana y a la que accedemos en el sistema, trabaja sobre esos temas, las consecuencias de ese proceso serán positivas, pues se contribuirá para la formación de ciudadanos conscientes de la fragilidad del equilibrio, de la importancia de la armonía y de lo fundamental de políticas y acciones para la estabilidad y el bienestar de toda la comunidad.

Y si ensayamos la democracia...

Porque lo que hemos hecho hasta ahora cívicamente es un desastre: corrupción que arrasa con los recursos públicos, cabezas decapitadas y arrojadas a calles y carreteras como muestras del desafío y del desafuero, pobreza galopante y miseria que marca y envilece vidas y destinos, inseguridad que hiere el alma por la ausencia de medidas efectivas para cuidar a los ciudadanos de tanto pirata y bandido de cuello blanco y de los otros, miedo y angustia, tristeza y desolación, escepticismo, cinismo, ira e impotencia.

El Estado tiene que fortalecer de manera especial a la educación pública, que debe alcanzar el más alto nivel...

La educación que recibimos no es la apropiada porque “no hemos entendido ni estamos entendiendo nada”. Las élites sociales que tienen más recursos y han accedido a una formación entre comillas mejor y, los políticos, no están a la altura porque no se comprometen con los otros y su sentido de solidaridad y búsqueda del bienestar colectivo es nulo y hasta menosprecian a los pobres refocilándose en sus espacios de objetos y apariencias vanas. Los que tienen menos y los que tienen casi nada, sobreviven como pueden y replican las inconductas de los que poseen poder político, económico o social, desarrollando comportamientos similares –en su esencia amoral– a los de las élites y de los políticos, con diferencias solamente de forma, pues las acciones que provienen de los unos y de los otros son igualmente nocivas cuando atentan en contra de la vida, el equilibrio, el bienestar y la armonía social.

El Estado tiene que fortalecer de manera especial a la educación pública, que debe alcanzar el más alto nivel y para eso precisa contar con los recursos necesarios que le permitan incidir efectivamente en la comprensión colectiva de la importancia de lo social, del cuidado de la naturaleza y de la vida en general. Solamente cuando la educación pública sea una real prioridad podremos pensar en un mejor futuro para todos, porque de la gente con buena formación surgen las correctas concepciones y las efectivas acciones para la convivencia y la armonía. Educación para salvarnos. (O)