Durante años, hablar de energía en Ecuador fue sinónimo de apagones, crisis o déficit. Hoy, en cambio, en el 2025, el país respira un aire distinto. No hay interrupciones, las centrales operan de forma continua, se realizan los mantenimientos programados y se ha recuperado la confianza en la gestión pública del sistema eléctrico. Este logro tras meses complejos y condiciones hidrológicas adversas es resultado de una planificación más rigurosa y de decisiones acertadas desde el Ministerio de Energía, a base de las condiciones reales que presenta el país. Se ha demostrado que la estabilidad sí es posible cuando la técnica, la disciplina y la visión convergen.

Pero alcanzar estabilidad no basta, el desafío ahora es mirar hacia adelante. El Ecuador no solo debe generar energía, debe generar innovación. Esa es la diferencia entre un país que produce electricidad y uno que produce futuro. El siguiente paso lógico es abrir la puerta al hidrógeno verde, una tecnología que el mundo ya identifica como el “combustible del siglo XXI”. El hidrógeno no solo puede almacenarse o transportarse, sino que puede mover vehículos pesados, barcos y trenes; puede alimentar industrias y servir como respaldo para las renovables cuando no hay sol ni viento, sin tener riesgo inclusive de explosión como antes se pensaba cuando se trabajaba con el hidrógeno. Y lo más importante: se produce con agua y electricidad limpia, sin emitir dióxido de carbono. Países como Chile, Uruguay y Colombia ya avanzan en hojas de ruta para desarrollar este vector energético. Chile, por ejemplo, espera producir hidrógeno verde a costos competitivos en menos de una década, Uruguay proyecta más de 30.000 empleos vinculados al sector, Colombia apuesta por buses y camiones impulsados con hidrógeno. Ecuador no puede quedarse atrás, su fortaleza hidroeléctrica y su red de generación térmica y renovable le dan la base perfecta para comenzar.

Un proyecto piloto nacional de hidrógeno, en movilidad o almacenamiento energético, sería un paso transformador. No solo diversificaría la matriz eléctrica, sino que generaría conocimiento, empleo técnico y nuevas cadenas industriales. Convertir parte de la energía limpia excedente en hidrógeno permitiría aprovechar mejor la infraestructura existente, reducir la dependencia de combustibles importados y fortalecer la soberanía energética. La gestión del presidente Daniel Noboa, enfocado en la educación, la ciencia y la innovación tecnológica, ofrece el marco ideal para dar este salto. Su visión de un Ecuador moderno y productivo puede consolidarse con una apuesta clara por la energía del futuro. La gestión actual del ministerio ha devuelto estabilidad, y ahora podría marcar un hito al abrir la puerta a una industria emergente que combine sostenibilidad, inversión y orgullo nacional.

Cada megavatio de conocimiento invertido hoy será un pilar de independencia mañana. La transición energética no solo se mide en kilovatios, sino en decisiones valientes. Y el Ecuador, que ha demostrado que puede mantener sus luces encendidas, está listo para iluminar un nuevo camino, el de la innovación. (O)