En las últimas semanas, el mundo ha sido testigo de hechos que reflejan la velocidad con la que cambian los escenarios globales: la elección y entronización del papa León XIV, la posesión de Daniel Noboa para un segundo mandato en Ecuador y la activa presencia de Donald Trump en los principales foros internacionales. Su política de “America First” está sacudiendo mercados, acuerdos y equilibrios geopolíticos. En el ámbito tecnológico, el exdiseñador de Apple Jony Ive se ha unido en una alianza estratégica con OpenAI para desarrollar una nueva generación de dispositivos de inteligencia artificial que, sin duda, van a generar disrupción en la industria; una alianza que se vislumbra ganadora por su potencial de transformación.
Estos son unos pocos ejemplos de un fenómeno más amplio: vivimos tiempos de cambio profundo, incierto e irreversiblemente acelerado, donde la única constante parece ser el movimiento. En este contexto, vuelve a cobrar sentido una pregunta sencilla pero poderosa: ¿quién se ha llevado mi queso?, metáfora que popularizó Spencer Johnson y que hoy vuelve a interpelarnos con fuerza sobre cómo enfrentamos el cambio.
En esa metáfora, el queso representa lo que valoramos: el trabajo, una relación, un negocio, una meta, una rutina. Es aquello que nos motiva, nos da sentido, nos ofrece seguridad o bienestar. El queso no es igual para todos, ni permanece igual a lo largo del tiempo. Lo importante es reconocer qué significa hoy para nosotros… y qué hacemos cuando deja de estar ahí o se transforma.
El laberinto, por su parte, representa el entorno en que nos movemos: un mundo dinámico, incierto y cada vez más complejo.
Johnson plantea cuatro personajes con distintas actitudes frente al cambio. Dos de ellos representan la simplicidad y la rapidez para adaptarse: cuando el queso escasea, simplemente se ponen en marcha en busca de nuevas oportunidades, sin dramatismo. Los otros dos encarnan la complejidad y la resistencia: uno se niega a aceptar que el queso se ha ido, aferrándose al pasado con terquedad; el otro se debate entre el miedo a lo desconocido y la necesidad de actuar, paralizado por la incertidumbre.
Estas reacciones reflejan con precisión cómo personas y organizaciones enfrentan los tiempos de transformación. Algunos detectan las señales, se adaptan y crecen. Otros se aferran a lo conocido, incluso si ya no funciona, y terminan perdiendo el ritmo del entorno.
Hoy, el valor se mueve constantemente. Las fuerzas del mercado, la tecnología, las políticas públicas y los cambios geopolíticos seguirán reconfigurando el terreno. El crecimiento, la inversión y la estabilidad dependerán, en gran medida, de nuestra capacidad para anticiparnos, aprender y actuar con agilidad. Los que sepan “oler el queso”, intuir hacia dónde se mueve el valor y adaptarse a tiempo, estarán en mejor posición para prosperar, incluso frente a la adversidad.
La enseñanza es clara: en un mundo que cambia sin cesar, ser flexibles, informados e innovadores no es una ventaja, es una condición de supervivencia. Solo así podremos avanzar, incluso cuando todo a nuestro alrededor parezca moverse. (O)