Y la llamo así, en singular, porque las elecciones generales tuvieron lugar en la primera vuelta. Hoy toca elegir entre dos personas para el cargo de presidente de la República. Presidente que va a llegar en una determinada circunstancia, con una Constitución y unas leyes nacidas en la época correísta, y con una Asamblea cuyos integrantes ya fueron elegidos hace pocas semanas, y con los que deberá contar o enfrentar. De lo que ocurriría, según quien sea elegido, algo podemos imaginarnos, deducirlo de la personalidad de cada candidato, y de las características, de la idiosincrasia, de los grupos que lo apoyan. Cualquiera que fuera elegido, se avizora, tendría serios problemas de gobernabilidad. Maquiavelo previene del riesgo del Príncipe (el gobernante) que no cuenta con armas propias.

Comencemos por el candidato Arauz. Fue claro ganador de la primera vuelta, siendo desconocido, gracias a la fuerza electoral de quien impuso su candidatura, exactamente como lo había hecho cuatro años antes con Moreno. De ganar Arauz, dependerá políticamente del mayor bloque legislativo, el que controla Correa; Arauz no tiene armas propias; si intentara independizarse, tal vez asistiríamos a un enfrentamiento como el de Jaime Roldós con su mentor político, Assad Bucaram, quien era la mayor fuerza política de ese entonces, y a quien no le permitieron ser candidato acusándole de no haber nacido en el Ecuador. A Correa se le podría equiparar, por su fuerte liderazgo, con Assad Bucaram. Pero Roldós –a diferencia de Arauz– ya brillaba con luz propia por sus actuaciones como presidente de la FEUE y legislador en 1968; poseía una oratoria con la que electrizó al pueblo. El mentor político de Arauz querrá imponerle el levantamiento de las condenas que pesan sobre él y varios de sus colaboradores. Querrá imponerle ministros, como lo hizo con Moreno; querrá imponerle se alinee con la izquierda de Maduro, Castro, Ortega, los Fernández y Kirchner. Eso significaría aislarse, romper con las democracias liberales de América y Europa, con los organismos financieros multilaterales. Pesada cruz le tocaría cargar a Arauz.

En la otra orilla, el cuadro tampoco ofrece un campo cierto de gobernabilidad. Claro que el candidato lo es por sí mismo, por su vida, su tenacidad, pero cuenta con pocas, reducidas, armas para enfrentar la lucha política; tiene apenas algo más de una docena de legisladores, los que sumados a los de su aliado, el PSC, apenas rebasan la treintena, en una Asamblea de 137. Sería muy difícil conseguir que se aprueben las medidas legislativas que requiera; sus ministros serían blanco fácil en interpelaciones. A esto hay que añadir las dificultades que vendrán del Consejo de Participación que, agazapado, estará esperando a que toquen a su puerta para las designaciones fundamentales de Fiscalía, Contraloría, superintendencias, y aun, no me extrañaría, que la Asamblea presione para reorganizar la Corte Constitucional, gane quien gane la elección. ¡Qué errado fue romper con Pachakutik, que aseguraba el triunfo electoral, y un fuerte bloque en la Asamblea! La inestabilidad se sumará a la desgracia de la pandemia, a la de un gobierno incapaz de vacunar a la población. (O)