Al momento de escribir estas líneas, la incertidumbre se cierne sobre el Ecuador.

En calles y plazas del país, gente humilde liderada por políticos que buscan pescar a río revuelto exponen sus vidas y las de otros que tienen la obligación de preservar la paz.

¿Cree usted, amable lector, que si esos miles de ecuatorianos, que caminan días, hasta llegar a las ciudades, que exponen sus vidas ante las fuerzas del orden, hubiesen sido alcanzados por la mano del Estado con trabajo, salud, educación y servicios básicos, serían presa de la manipulación de los líderes políticos que se enriquecen a costa de ellos y encuentran en el caos y la violencia un negocio muy rentable?

Gente humilde olvidada por una sociedad indolente que décadas tras décadas, gobiernos tras gobiernos, candidatos tras candidatos, que prometen, juran, lloran, abrazan, y al final, llegan al poder y se van del poder, sin cumplir lo ofrecido, sin cambiarles la vida, sin siquiera aligerar sus angustias.

Líderes políticos que, cuando están en campaña, prometen el oro y el moro, son empáticos con las necesidades ciudadanas, abanderan el derecho a la protesta y justifican la lucha ciudadana en las calles, pero cuando llegan al poder, deslumbrados por la maldita alfombra roja, se creen inmortales y perfectos, gracias a los lambones del círculo de poder de turno, que le pintan un país irreal, en el que no existe desgaste político, en el que trolls de tuiter y plumas de alquiler sustituyen a los arrabales de las grandes ciudades, a los caminos vecinales enlodados o a los páramos abandonados de la patria. Y líderes políticos que se encaraman en el descontento ciudadano y abandono de décadas, para intentar conseguir por la fuerza lo que jamás han alcanzado en las urnas.

Lo descrito no es nada más que la historia del Ecuador, sobre todo, de los últimos 30 años.

Y el problema no se resuelve reprimiendo al pueblo en las calles y/o deponiendo al presidente de turno para “calmar” las protestas.

Ya hemos vivido varios procesos en los que el gobernante huye de palacio y opera la sucesión, con lo cual los protestantes regresan a sus casas, las calles y plazas se limpian, las carreteras se desbloquean y el país retoma su “normalidad”.

¿Y después qué?

Lo mismo. Nada cambia. Las élites nuevamente se reparten el poder, los gobernantes se olvidan del pueblo, hasta que llega otro estallido social.

¿Acaso con todo lo vivido ha cambiado la realidad de los más pobres del país?

¿Cree usted, amable lector, que si esos miles de ecuatorianos, que caminan días, hasta llegar a las ciudades, que exponen sus vidas ante las fuerzas del orden, hubiesen sido alcanzados por la mano del Estado con trabajo, salud, educación y servicios básicos, serían presa de la manipulación de los líderes políticos que se enriquecen a costa de ellos y encuentran en el caos y la violencia un negocio muy rentable?

Desde esta columna rechazamos cualquier intento desestabilizador, venga de donde venga, y sobre todo, la violencia y el irrespeto a los derechos de la gran mayoría de ecuatorianos que queremos vivir en paz. Así lo hemos hecho a lo largo de casi 17 años que tenemos la responsabilidad de escribir esta columna de opinión.

Porque como lo dijo Winston Churchill, el connotado patriota y primer ministro británico: “…la democracia no es perfecta, pero es menos mala que las otras formas de gobierno que han sido intentadas a lo largo de la historia...” (Traducción no literal).

Dios bendiga al Ecuador. (O)