Estamos en la época de preparación para el uso de la muceta y el birrete. Los futuros bachilleres esperan, con entusiasmo, el momento de recibirlos.
La muceta es la capa corta que lucen orgullosamente sobre los hombros, originalmente, el color era el símbolo de un área de estudio, hoy las representa a todas.
El birrete es un gorro como un cuadrado que se fija con un casquete y se corona con una borla, representa el conocimiento y el logro académico. En su origen, el color variaba según la facultad en la que se graduaban.
Es también una etapa de mucha tensión y que requiere acompañamiento y orientación vocacional. No es extraño que los flamantes bachilleres un día digan que estudiarán ingeniería, otro que quieren ser médicos y al tercero que serán abogados. Es una etapa en la que se está definiendo su futuro y en la que hay que evitar que, simplemente, sigan la carrera que está de moda.
Es necesario que descubran su vocación, que quiere decir que tienen una inclinación especial, una preferencia por un área del conocimiento, por una profesión o actividad específica. La palabra vocación tiene su origen en la expresión vocatio que significa llamado o invitación. Pero eso no es suficiente, hay un conjunto de factores que pueden ser decisivos: intereses, gustos personales, habilidades, personalidad; y factores sociales: influencia familiar o de amigos y el ambiente sociocultural, económico, político y sus expectativas. Hay que tener en cuenta que, generalmente, esa decisión acompaña durante toda la vida y determina la felicidad o la infelicidad.
Comparto con ustedes, amables lectores, un hecho real. Un día asistí a la ceremonia de graduación de la Facultad de Medicina, en esos eventos, se entregan los premios y reconocimientos y llamó la atención que uno de los graduados recibió todos los premios: la mejor tesis, el mejor promedio de toda la carrera, el mejor promedio del último curso, el mejor, el mejor.
La semana siguiente, el mejor de la Facultad de Medicina se presentó en mi despacho a preguntarme si la universidad tenía relación con universidades extranjeras, le dije que sí, que existía el departamento de relaciones internacionales y que lo podían ayudar en su elección y como se acababa de graduar de médico, le pregunté qué especialidad iba a seguir, para mi sorpresa me dijo, periodismo. Yo dije, disculpa creo que te confundí con alguien de medicina, respondió, “No, era yo. Siempre dijeron que medicina era la carrera más difícil y que probablemente yo no podría, ahora ya lo hice, ya mostré mi diploma, pero no seré médico, no es lo mío. Ahora voy a hacer lo que me interesa”. Había estudiado siete años, con las mejores notas de su promoción y se le notaba que no lo había hecho feliz. No supe más. Pero me gusta pensar que quienes lo presionaron para que estudie esa carrera habrán aprendido que desperdiciaron siete años de la vida de ese joven, con todo lo que eso significa.
Estimados lectores, he contado esto porque me parece que todos tenemos algo que aprender al respecto. Hay que respetar la decisión de los jóvenes, ayudarlos sí, pero para que libremente decidan su futuro. (O)









