En estos días, las oficinas del Registro Civil están muy atareadas. Los tres funcionarios del cubículo 23, que más nada tienen que hacer en la vida, se turnan para evitar que los ecuatorianos que deben viajar por trabajo o motivos de salud lo hagan. Progresivamente, inventan excusas diversas para impedir la renovación de pasaportes: tiene que venir siete días antes de su viaje, las reglas cambiaron a tres días, debe traer un certificado laboral, el valor pagado debe constar en el pasaje electrónico y, la mejor de todas, si viene el día antes de la fecha de viaje, debe traer el check in.

Como si se paladearan unas tostadas francesas de Tinta Café, estos tristes personajes se regodean haciendo perder el tiempo a sus compatriotas porque “solo siguen órdenes”. Si es así, les pregunto al director del Registro Civil, Fernando Alvear, y a la coordinadora zonal 9, Goldi Montenegro, ¿cómo exactamente dan esas órdenes? ¿Se les ocurre en la noche cuando duermen como bebés aferrados a su pasaporte vigente? ¿O cuando retuitean orgullosos sobre la cobertura 4G en Ecuador (76 % por si se marearon durante el discurso presidencial del martes) para disimular la penosa cobertura de pasaportes?

Yo haría fila toda la noche si me ofrecieran un pasaporte que no le grite al mundo que soy de Ecuador. Me vendría bien que sea del Reino de Redonda para transportarme solo con mi imaginación, y olvidar por unos momentos que nací aquí y que he vuelto una y otra vez para vivir acá a pesar de todo. Pero no, mi cruel realidad, salpicada de graciosos memes que mandan los amigos por WhatsApp, es la de ser víctima de un Estado absolutamente inoperante.

¿Cómo llegamos a esto? Ya le escucho al “asesor” de Alvear diciéndole: “Señor director, parece que faltan los insumos”, y él contestando: “Ya he dispuesto que se resuelva” por toda respuesta. Porque así es como proponen y disponen en Ecuador. “¡Que se acabe la deuda externa!” y ¡puf!, por arte de magia, se desvanece más rápido que mi turno infructuoso para la renovación de pasaporte. “Señor director, parece que no se hizo el pedido correspondiente”, insiste el analista 7, y Alvear le contesta: “Yo ya di la disposición”. Y ¡puf!, no pierdo mi trabajo por no viajar.

Como destacó recientemente en Twitter un maravilloso fabricante de botas en Ecuador, @rolandocharvet: “Sin autoridades, sin apoyo, sin pasaportes, sin seguridad, con puro ñeque ponemos una marca ecuatoriana en el mundo. Imagínense si habría apoyo, seríamos dueños del mundo, ¿cuándo entenderemos?”. Señor Charvet, tiene usted toda la razón, sobre todo porque la manufactura ecuatoriana es tan cotizada en el extranjero que alguna vez un expresidente uruguayo insistió en hacerse de un par de zapatos hechos en Ecuador aun si eso involucraba descalzar al dueño.

Quizás el Registro Civil solo quiere incentivar el consumo de calzado nacional, obligándonos a gastar la suela en ir y venir de sus dependencias en vano, y por eso debemos estar agradecidos. Y, por si fuera poco, al inhibir las salidas migratorias, esta brillante estrategia promueve el turismo local. ¡Gracias, Fernando Alvear, por darnos tanto! (O)