Llevo tiempo sin quejarme de que no haya nada que hacer en Guayaquil. Me alegra encontrar propuestas culturales para toda clase de público. En mi caso, revisar que cada jueves la oferta se amplía, evidencia la diversidad de intereses y de demanda. Actividades literarias, teatrales, gastronómicas, musicales y pictóricas me permiten constatar la variedad de ofertas y de público. A las presentaciones que acudo siempre encuentro espectadores atentos y numerosos. Hay un verdadero interés ciudadano por la cultura. Los ejemplos que menciono corresponden a las manifestaciones que observamos en lo externo y a productos simbólicos.
Sin embargo, sabemos que la cultura va más allá. Y que muchas veces no salta a simple vista. Hay prácticas cotidianas, con saberes, creencias y lenguajes propios que constituyen la vida misma.
La breve vida ¿feliz? del Ministerio de Cultura
“La cultura es algo ordinario”, la cita del fundador de los Estudios Culturales Raymond Williams permite ejemplificar que la cultura siempre ha estado en el debate de las sociedades. Es un campo de disputas y de procesos que se conquistan a diario. También es importante señalar que desde esta perspectiva se supera la visión tradicional de la “alta cultura”, en donde solo se consideran saberes aprobados por las élites culturales. Descubrir y garantizar las orientaciones comunes que todas las sociedades resguardan obliga a buscar respuestas desde una política de Estado.
Queda claro entonces que la cultura no puede depender del esfuerzo de gestores o trabajadores de la cultura. Difícil seguir manteniendo espacios u ofrecer actividades sin un verdadero respaldo institucional que garantice los derechos culturales de la ciudadanía. ¿Hasta cuándo el entusiasmo de los colectivos sostiene propuestas que deben formularse desde políticas transparentes y de presupuestos gestionados a favor de la ciudadanía?
Solo hay que observar a nuestros vecinos colombianos y su inversión cultural, pues tienen asignado “el segundo presupuesto más alto de su historia: más de 1,09 billones de pesos”, según información de medios del país. Clara apuesta por escenarios de cambio social.
De esta manera, preocupa –digo preocupa, no condeno de inmediato, porque hay que dar tiempo a decisiones que dependen de otros– la fusión del Ministerio de Cultura y Patrimonio, que ahora pasa a llamarse Ministerio de Educación, Deporte y Cultura, mediante el Decreto Ejecutivo n.° 60, como parte del llamado plan de eficiencia administrativa. El Ministerio de Educación absorberá al Ministerio de Cultura y Patrimonio, a la Senescyt y al Ministerio del Deporte. Ahora, estas entidades funcionarán como viceministerios.
Mientras tanto, seguiremos atentos a cómo enrumban el destino cultural de nuestro país, que la variedad de programas e incentivos se mantengan y que los trabajadores de la cultura cuenten con la institucionalidad por la que siempre se ha luchado. Resistiendo. Generando espacios de encuentro, de voces críticas, que reflejen la importancia de que el acceso a la cultura sea para todos. Que espacios como el MAAC, por ejemplo, sigan manteniendo una programación atractiva e interesante, que solo puede ser posible si existe voluntad e inversión. (O)