Cuando me enteré de cuál era el tema del nuevo libro del prestigiado novelista Óscar Vela le escribí un mensaje en el que le decía “eres un valiente”. Esta reciente publicación se titula Los crímenes de Bartow y trata sobre el caso de Nelson Serrano, ciudadano ecuatoriano que recibió cuatro condenas a muerte supuestamente por sendos asesinatos en el estado americano de Florida. Los “buenos temas” son peligrosos para un narrador, la gente espera que quien los acomete esté, digamos, a la altura del suceso resonante, sobre el que ya se conoce bastante y del que todos tienen una opinión sólida o superficial. Había noticias sobre este asunto, pero sería la periodista Janet Hinostroza quien, con un documental muy completo y de excelente factura, pusiera al país alerta con detallada información sobre la situación injusta y clamorosa del compatriota.
El desafío entonces estaba en encontrar una nueva visión y un tratamiento innovador para evitar los peligros de este “buen tema”. Vela lo logra recurriendo a las herramientas de su especialidad, a las destrezas que lo han consagrado como novelista. No se trata de un reportaje en formato de libro o de una crónica, sino de una “novela”, como a lo largo de todo el volumen, el autor insiste en calificar a su obra. Pero es una “novela de no ficción”, un género en el que encontramos títulos de alto nivel como A sangre fría del americano Truman Capote o el más reciente El olvido que seremos, del colombiano Héctor Abad Faciolince. El ecuatoriano va un paso más allá, pues buscando información se involucra en el caso, abogado como es, colabora con la defensa de Serrano, aporta datos y mueve a las autoridades, así el narrador se transforma en personaje. Por cierto que esta es una acción que tiene su propio mérito, pero la destacamos como recurso literario que da relieve e incrementa el interés en la obra.
En este empeño Vela aporta con nueva información, especialmente sobre las pistas y evidencias desechadas y hasta manipuladas tanto por los acusadores del condenado, como por una defensa sospechosamente timorata y descuidada que nada ayudó a exculparlo. Entramos así en otra dimensión, la de alegato contra la pena de muerte. Es un ejemplo de la posibilidad de error irreparable que conlleva el brutal castigo y que se ha dado demasiadas veces a lo largo de la historia. Pero, siendo este un peligro enorme, un agravante más de la perversidad de la pena capital, no es en mi convicción la razón fundamental e incontrovertible que la hace éticamente inaceptable de manera absoluta. La esencia de la ilegitimidad en toda circunstancia de la ejecución de un ser humano radica en que una entidad estatal o política no puede tener derechos que no tienen sus asociados. Nadie puede matar a otro “a sangre fría”, por tanto, nadie puede formar una agrupación que pueda hacerlo. De acuerdo con el mito del Génesis Dios no mata a Caín por asesinar a Abel y lo marca para que nadie le haga daño. Sin embargo, muy temprano los Estados se irrogaron este poder, aunque afortunadamente con el avance de la humanidad este recurso repulsivo, bárbaro e ineficaz ha sido paulatinamente eliminado. (O)