La dimensión de una obra maestra se establece en una segunda lectura. Inauguré este año con un retorno a Crimen y castigo, la gran novela de Fiódor Dostoyevski. La disfruté mucho más que la primera, la encontré más rica, más genial. Aparte de las enormes cualidades intrínsecas de la obra, que descubro o redescubro, está la sedimentación de muchas lecturas y conversaciones con maestros a lo largo de medio siglo. Sería alrededor de 1971 cuando un profesor de Literatura en una conversación informal nos dijo que el protagonista de la novela, Rodión Raskólnikov, era “un loco acabado”. No se puede negar que el autor de los asesinatos que son el tema de la obra muestra cierto desequilibrio y características psicológicas que perfilan su destino. ¿Loco? Un poco; pero acabado, no, no son tendencias dominantes o invencibles. El gran ruso es capaz de retratar el libre albedrío, que es tan difícil como lograr una fotografía del alma. La literatura anterior, épica o trágica, nos muestra al ser humano como juguete impotente del destino. El autor incluye la libertad como factor de la historia, lo que conlleva la aparición de su correlato: la responsabilidad, y con ella el tema de la culpa en el sentido en que lo entendemos en la modernidad, de la cual debe considerarse a este escritor como uno de sus pilares. Lo dijo Albert Camus: “El verdadero profeta del siglo XIX no fue Marx, fue Dostoyevski”.
En reseñas, que será todo lo que la mayoría conocerá sobre Crimen y castigo, puede parecer que se trata de la historia de un estudiante que, sumido en la miseria, desesperado, asesina a una usurera y a su sirvienta para robarles. Pero una perspectiva más amplia de la vida de Raskólnikov nos muestra que si bien proviene de estratos empobrecidos, se trata de un individuo indolente, soberbio y narcisista, para el que todo trabajo es despreciable; incapaz de emprender un propósito constructivo, un parásito que en lugar de esforzarse, como hacen algunos de sus amigos, en particular el generoso Razumijin, se apura y mata. Con un mínimo de laboriosidad creativa habría logrado por lo menos sobrevivir, para lo que no le falta instrucción ni talento. Dostoyevski no cae en la simplona ecuación: pobreza igual delincuencia, en la que tanta gente cree con dogmática cerrazón y que es uno de los mayores obstáculos para implementar buenas políticas de seguridad.
Sin embargo, el cuadro general nos muestra que se trata de un ser que, a pesar de su abyección, conserva valores que condenan el crimen, lo sumen feroces remordimientos y lo llevan a confesar su culpa. Al final llega la salvación por el amor, y la joven prostituta Sonia Marmeladova será el ángel que lo redima. Epílogo sublime, pero también narrado en los tonos oscuros que predominan en toda la obra. En términos de las discusiones que han predominado en el Ecuador las últimas semanas, se trata pues de un malhechor “reinsertable”, para el cual el paso por el penal no debería significar el descalabro definitivo. El camino de vuelta del infierno del crimen es una senda personal, como personal es el despeñadero que nos lleva hacia allá. De uno y otro debemos responder como individuos. (O)