La neurología y la psiquiatría comparten muchas áreas relacionadas con el comportamiento humano y sus alteraciones. Los estudios de investigación con resonancia magnética funcional han permitido entender ciertos aspectos neurobiológicos que explican por qué, a veces, ciertas conductas patológicas se perennizan en algunos individuos. Las redes neuronales en el cerebro son tan complejas que no existe una única y completa interpretación. El comportamiento humano es el resultado de la interacción de muchos factores, entre ellos la genética, los procesos neurobiológicos, los factores sociales y culturales. No es un proceso aislado ni rígido, se va construyendo, adaptando y modificando en el camino.

El arte de engañar

Cómo la biología influye en nuestras decisiones éticas ha sido tema de análisis de muchos autores. Se habla de un cerebro ético (Michael Gazzaniga, 2005) y de un cerebro moral (Patricia Churchland, 2012). Las investigaciones en neurociencia han identificado varias áreas cerebrales que trabajan en conjunto para procesar decisiones, juicios y emociones que rigen nuestro comportamiento: la corteza prefrontal (clave en la toma de decisiones y control de impulsos), la corteza cingulada anterior (procesamiento de la conducta y resolución de conflictos), la amígdala cerebral (regulación emocional, especialmente el miedo y la culpa), el núcleo accumbens (sistema de recompensa). Un desequilibrio en el funcionamiento de estos circuitos, en individuos particularmente predispuestos, detonaría comportamientos inadecuados, como ocurre en los actos de corrupción. En ningún momento se trata de justificar ni de quitar responsabilidad a quien comete estos actos. Por el contrario, se trata de entender el funcionamiento del cerebro corrupto para poder reconocer e intervenir en el entorno social.

La corrupción no es innata en el ser humano. Es un proceso aprendido, en constante retroalimentación. Cuando el sistema de recompensa cerebral es tan intenso, puede llegar a bloquearse la corteza prefrontal e inactivar a la amígdala cerebral. Lo que al principio genera temor, miedo y culpa, luego, en la repetición del acto, el circuito de regulación se va insensibilizando y se produce una especie de “adaptación neuronal”. Con el tiempo, la respuesta de la amígdala cerebral va disminuyendo hasta que prácticamente ya no genera alarma y facilita siguientes actos de corrupción. Se empieza de a poco, con actos pequeños que, sumados, van “anestesiando” las respuestas de rechazo cerebral, al mismo tiempo que se va alimentando el sistema de recompensa. Mentir se va volviendo más fácil y la culpa va desapareciendo hasta llegar a la distorsión cognitiva, es decir, con la interpretación errónea de la realidad.

Otra vez… y otra vez

La corrupción es un problema mundial grave. Según el informe de 2024 de Transparencia Internacional, que mide el índice de percepción sobre la corrupción, “más de dos tercios de los países del mundo obtuvieron una puntuación inferior a 50 sobre 100” (lo pueden leer aquí: https://images.transparencycdn.org/images/ES-CPI-2024-Press-Release.pdf). El entrenamiento cerebral funciona para el bien y para el mal. (O)