Hace poco, hablando sobre los cambios de actitud que adoptamos como respuesta a las distintas circunstancias que vivimos, me dijeron: “Somos como agua de mar o de río, nos podemos alejar un tiempo, pero siempre volveremos a nuestro cauce”, y no pude estar más de acuerdo. Además, me quedé reflexionando que el agua cuando regresa, suele hacerlo de manera intensa y tumbando aquello que se construyó en su ausencia y silencio. De tal manera, cuando una persona que ha sido muy pasiva y tolerante, de repente, altera radicalmente su tono, postura y discurso, muchas veces sorprende a sus allegados, pero olvidamos que nadie muda su conducta de oficio. Siempre existe un detonante que empuja esta transformación y usualmente, de eso, no hay regreso.

En consecuencia, estuve algunos días recordando las veces que permití ciertas frases o comportamientos que me dolían o hacían sentir mal, pero estaba empeñada en justificar lo injustificable desde una desconexión con el amor propio, hasta que logré comprender que no lo merecía y descubrí cuán lejos estaba de lo que yo era realmente, así que elegí volver con fuerza. Usualmente, cuando estos cambios suceden, existen resistencia y cuestionamientos de quienes nos rodean, pero es fundamental ser determinantes en cerrar puertas, cortar vínculos, alejarse física y virtualmente de quienes no suman en nuestra vida, así duela, debe hacerse.

(...) nunca es tarde para tomar las riendas de nuestra vida, poner un alto a situaciones que nos lastiman...

En ese mismo orden, recuerdo cuando era pequeña y estábamos vacacionando en Ballenita, un día bajamos a bañarnos como era lo usual, pero nos topamos con la sorpresa de que no había mar. Todavía tengo presente la sensación de vacío al ver la arena mojada en el lugar donde antes había olas. Solté la mano de mi madre y corrí para explorar cómo lucía esa tierra que otrora pisaba con el agua al pecho. Descubrí caracolas, miles de cangrejos que corrían desbocados frente a mis pisadas, peces que saltaban sobre sí mismos abriendo desesperados la boca tratando de sobrevivir. Rocas cubiertas de corales que ahora parecían hermosos adornos, mientras yo seguía buscando el mar y mi madre me gritaba desesperada que regresara, pero yo estaba empeñada en seguir, hasta que sentí su brazo halando el mío y volvimos a casa, ella estaba asustada, temía un tsunami. Yo no podía dejar de pensar en lo extraño que había sido todo. Después, mientras esperábamos que mi padre viniera a recogernos, fuimos al mirador para ver cómo estaba el tema y ahora el escenario era lo contrario, no había arena. El mar había regresado con fuerza cubriendo toda la playa y reventaba con furia justo debajo de donde estaba parada, incluso, hubo ratos donde la espuma me llegó hasta los pies. Sentir y ver el ímpetu del mar es una experiencia que jamás olvidaré.

Por tanto, cuando escuché la metáfora sobre el mar y nuestra determinación, comprendí que nunca es tarde para tomar las riendas de nuestra vida, poner un alto a situaciones que nos lastiman y dejar atrás a quienes nos han hecho daño, corolario, me quedo con las palabras de Jacques Y. Cousteau: “Olvidamos que el ciclo del agua y el ciclo de la vida son uno mismo”, retomemos nuestro cauce, somos amos de nuestro destino. (O)