Con motivo de la inauguración de Casa Ecuador, esta semana en Abu Dabi, evento que contará con la presencia de autoridades emiratíes, personalidades internacionales y el presidente Daniel Noboa, vale la pena reflexionar sobre la trascendencia de esta iniciativa que, más que un proyecto cultural o comercial, representa una nueva forma de diplomacia desde la sociedad civil. En un mundo donde la proyección internacional de un país suele depender de grandes presupuestos, Casa Ecuador surge como una propuesta atípica, fresca y profundamente necesaria.

Bajo el liderazgo de Luis Felipe Fernández-Salvador, el proyecto se ha convertido en una vitrina itinerante que presenta –con autenticidad– la riqueza natural, ancestral y cultural del Ecuador. Su valor no radica solo en los productos que exhibe, sino en la filosofía que lo impulsa: mostrar al país desde la generosidad, la identidad y el orgullo de raíces profundas.

Mientras embajadas y consulados enfrentan limitaciones logísticas y económicas para promover al país, Casa Ecuador opera como un puente que complementa, potencia y amplifica la labor del Ministerio de Relaciones Exteriores. En un escenario donde la diplomacia oficial debe priorizar funciones esenciales, un proyecto privado que aporta visibilidad, continuidad y presencia internacional es más que un apoyo: es un aliado estratégico. La promoción cultural y comercial, a menudo relegada por falta de recursos, encuentra en Casa Ecuador un motor que se mueve por convicción y no por obligación.

El éxito de la iniciativa se entiende mejor al mirar el linaje que la inspira. La familia Fernández-Salvador no es ajena a la creación de símbolos nacionales: fueron los fundadores de Güitig, una bebida emblemática del Ecuador, nacida de la combinación entre naturaleza, ciencia y tradición. Esa misma visión –la de aprovechar lo que la tierra ofrece y proyectarlo al mundo con orgullo– atraviesa hoy al proyecto que encabeza Luis Felipe.

Pero la herencia familiar no se limita al terreno empresarial. Su padre, figura recordada por su espíritu explorador, dedicó años y millones de dólares de su patrimonio a la búsqueda del legendario tesoro de Atahualpa, aparentemente localizado en los inhóspitos Llanganates, en aventura que mezcla arqueología, historia y un amor profundo por las raíces prehispánicas del país. A ello se suma un logro poco común: también fue velocista de 100 metros planos, llevando los colores del Ecuador a las tribunas deportivas más prestigiosas del planeta. Esa mezcla de audacia, disciplina y representación nacional marca el ADN del proyecto actual.

Así, Casa Ecuador no es una simple iniciativa privada, es la continuación de una tradición familiar de servicio, exploración y compromiso con la identidad nacional. En un momento en que Ecuador necesita fortalecer su presencia global, la inauguración en Abu Dabi demuestra que la diplomacia también puede nacer de la cultura, la memoria y la iniciativa personal. El país brilla más cuando su gente decide compartirlo con el mundo.

Desde esta columna, felicitamos y aplaudimos la iniciativa de Luis Felipe Fernández-Salvador, así como el decidido apoyo del presidente Noboa. Buen viento y buena mar. (O)