Cuando escucho Aquiles Alvarez, inmediatamente pienso en Guayaquil, pues la trayectoria de tu abuelo, especialmente, al frente de Barcelona, del que también has sido dirigente, con seguridad le cargan una importante responsabilidad a quien lleva ese nombre por las calles de esta ciudad.

Tu llegada al Sillón de Olmedo no estaba en los cálculos políticos. Sin embargo, los errores de gestión y campaña de la ahora exalcaldesa, y tu buena imagen, bien explotada por una sencilla pero efectiva campaña digital que logró posicionarte como líder del cambio, acompañada del peso de las nuevas generaciones en el padrón electoral, te han colocado como protagonista de la historia de Guayaquil.

Desde el pasado domingo eres el alcalde de Guayaquil; sucesor de Olmedo, de Villamil, de Roca, de Carbo, de Urbina Jado, de Baquerizo Moreno, de Arroyo del Río, de Izquieta Pérez, de Tamayo, de Estrada, de Mendoza Avilés, de Don Buca, de Plaza Dañín, de Febres-Cordero y de Nebot.

No eres un alcalde cualquiera (con el respeto que me merecen las demás ciudades del país); eres el representante del que fuera el Estado independiente de Guayaquil, primer territorio libre de España, el de la gesta del 9 de Octubre de 1820; el que, con su ejército y apoyo económico, hizo posible Pichincha y que hoy exista el Ecuador.

La ciudad que en 1992 fue rescatada del basurero y elevada a lo que hoy recibes.

Eres la voz del primer y último bastión de la democracia del país, que ha sobrevivido a tiranos y que solamente se inclina ante Dios.

Hoy estás al frente –después de la Presidencia de la República– del cargo de elección popular más importante y poderoso del país.

El desafío que tienes al frente es grande, estimado Aquiles. Desde esta columna te deseamos éxito, buen viento y buena mar.

De allí que tus ejecutorias tendrán impacto no solo en Guayaquil, sino en todo el territorio nacional.

Dicho esto, me veo en la obligación de advertirte que Guayaquil es una suerte de “Ciudad de la Furia”, parafraseando al inmortal Gustavo Cerati.

El altísmo honor de ser alcalde de Guayaquil viene acompañado de un grado de complejidad único en el país, pues manejar Guayaquil no es nada sencillo.

En primer lugar, con el paso de los días, comprenderás que desde las élites hasta los más sencillos ciudadanos, casi todos tienen la mala costumbre de querer hacer lo que les da la gana. Probablemente está en el espíritu indomable de quienes nacemos en este cálido terruño; por tal motivo, quien quiera trascender como alcalde de Guayaquil debe poner mano dura.

En segundo lugar, Guayaquil es casi un Estado, pues además de las competencias tradicionales de un municipio, tiene a su cargo el Registro Civil, tránsito y transportación pública y el aeropuerto, además de colaborar decididamente en competencias del Gobierno central, como salud, educación y seguridad. De modo que debes rodearte no solamente de gente de confianza, sino, sobre todo, de gente experimentada y con conocimiento técnico en cada disciplina.

El desafío que tienes al frente es grande, estimado Aquiles. Desde esta columna te deseamos éxito, buen viento y buena mar.

¡Viva Guayaquil! (O)