El Gobierno del presidente Lasso se enfrenta a un campo minado. Tiene dos enemigos de considerable poder. Ambos, por razones diferentes, no van a cesar en su empeño de acorralar al Gobierno hasta asfixiarlo y lograr que fracase en su gestión. Tres parecerían que son sus objetivos mínimos: apoderarse de la justicia ecuatoriana, tomarse la Contraloría General y remover de su cargo a la Dra. Diana Salazar. Para ello van a ir socavando varias instituciones y organismos, moviendo fichas aquí y allá; como pequeños tractores irán lentamente ganando posiciones, cultivando lealtades, creando vacíos, ocupando terrenos, abriendo boquetes, tendiendo trampas, metiendo recaderos, todo ello con el propósito de ir cercando al Gobierno hasta tenerlo a su merced. Su campo de acción lo constituyen la serie de organismos, consejos, cortes e instituciones públicas en general que de alguna manera puedan, a través de su manipulación, ir arrinconando al Ejecutivo. Tienen experiencia en la materia, ya lo han hecho en el pasado, inclusive a Gobiernos que decían ser sus aliados. Y no tendrán empacho en volverlo a hacer. Cuentan, además, con un ejército de corruptos que sigue incrustado en el aparato estatal.

La anulación de la sentencia del caso Sobornos, la remoción de la fiscal general de su cargo, el entierro de todos los demás casos de corrupción y la formación de un cerco de protección que impida nuevas investigaciones son objetivos vitales para esta gente. Si bien el Gobierno está en lo correcto al anunciar su decisión de respetar la independencia de las otras instituciones, ello no debería implicar que se cruce de brazos frente al asalto de las mafias a dichas instituciones. Y es que lo que está en juego no es únicamente la presidencia del señor Lasso, sino la propia institucionalidad del país. El daño que estas mafias están dispuestas a asestarle al Ecuador con tal de asfixiar al Gobierno es enorme. Por supuesto que el país no les importa. Sus intereses personales, su vanidad, sus cálculos, sus beneficios, su impunidad y la conservación de sus espacios de poder están por encima de cualquier otra consideración. Sacar al Ecuador de su postración económica, consolidar sus instituciones, sentar las bases de un sistema judicial independiente y moderno, emprender una gran reforma política: nada de esto les es prioritario. No nos engañemos.

Tampoco los aliados parlamentarios del Gobierno son de confiar. Ellos, igualmente, estarán al acecho para impedir que el presidente Lasso cumpla con sus ofrecimientos de campaña. Viven del bloqueo. De los buenos deseos de la presidenta de la Asamblea expresados en su emotivo discurso en el acto de transición a la realidad hay una buena distancia. El país quisiera pensar que la política ha cambiado. Pero lamentablemente es un deseo muy difícil de realizarse. Buena parte de nuestra clase política prefiere ignorar la realidad y seguir viviendo en ese mundo paralelo en el que lo único que importa es ella misma, oponerse a todo, apostar al fracaso del Gobierno de turno, para presentarse en las próximas elecciones como arcángeles inocentes.

El Gobierno necesitará una buena dosis de habilidad política para sortear este campo minado y de visión para llamar a la ciudadanía para que sea ella la que resuelva este perverso conflicto. (O)