Usted, como muchos, seguramente cree que el mundo debe cambiar. Vivimos en medio de demasiados problemas, unos causados por imponderables, otros por la estupidez humana: vanidad, ambición por el dinero y/o por el poder, etc. Dar un giro al mundo exige intervenciones individuales y colectivas. El ciudadano común puede aportar en el cambio. Por ejemplo, viviendo una vida con propósito, alejada del amor excesivo por el dinero, distante de la fatuidad y de la vanidad sobredimensionada.

Esta, curiosamente, con frecuencia genera una extraña ansia por exhibir en redes sociales lo que se ha adquirido, por medios decentes o indecentes, para lograr la admiración de allegados y extraños. Craso error.

Me parece que para cambiar el mundo hay que arrancar con una meditación profunda sobre nosotros mismos.

Debemos curar nuestro yo interior si está herido, fortalecer nuestras convicciones, darle espacio a la nobleza, amar y abrazar a nuestro círculo familiar más cercano. Los niños nunca olvidan su infancia. El recuerdo del amor o de la indiferencia familiar suele estar siempre presente.

Aquello de las convicciones es una de las cuestiones más importantes para el cambio. La convicción debe ser, seguramente, una de las bases de nuestra fuerza interior.

Ambas nos pueden llevar muy lejos. Su ausencia puede aniquilar nuestro proyecto de vida. Debemos procurar evitar las heridas del alma, primero porque los seres nobles no hieren almas ajenas, y segundo, porque su sanación puede ser muy difícil, tomar mucho tiempo o tornarse imposible. Convicciones fuertes nos pueden abrir las puertas en todos lados: en la conformación de grupos unidos por propósitos nobles, en la lucha por la justicia, en el voluntariado, en la beneficencia, etc. Si existieran convicciones profundas cimentadas desde las familias, seguramente la captación de niños y adolescentes por la delincuencia organizada sería menor. El desafío de cambiar el mundo exige un trabajo infinito, el cual, desde la sociedad, debe empezar con la niñez: alimentándola de valores equilibrados y nobles, como justicia, igualdad, la lucha constante por lo que queremos, etc.

Desde el Estado existe la ventaja de la planificación institucional y de los recursos permanentes. El Estado tiene la responsabilidad de priorizar, como factor de cambio, la creación y consolidación de liderazgos verdaderos, sustentados en valores. Tiene el poder de encabezar la educación pública escolar, secundaria y universitaria. Nuestra ironía es que somos un país rico con mucha pobreza. Riqueza sin liderazgo ni convicciones es igual a fracaso. Necesitamos hacer escuela en materia de liderazgo. Hay instituciones que en otros tiempos fueron líderes de opinión sin incursionar en política. Hoy dan pena. Después de leer el reportaje en La Revista de los hermanos Gustavo y Roberto Manrique, he confirmado su noble liderazgo. El Gobierno o empresarios con responsabilidad social pudieran contratarlos para que contribuyan en la formación de líderes. Tienen la ventaja de la popularidad. Y usted, ¿qué está haciendo para cambiar el mundo? (O)