Si no tuviera esperanza, sé que no podría vivir. Lo contrario a la esperanza es la tristeza, y cuando esta se hace carne en nuestra carne, en nuestra vida, nos convertimos en personas que los demás tratan de evitar. Somos mala noticia. Porque la sombra del desamparo y la muerte parece habitarnos. Lastimosamente los sucesos publicados en las redes, los comentarios entre vecinos, los informativos, los acontecimientos internacionales, tanto de personas, países, o de la naturaleza, están plagados de malas noticias. Son las únicas que parecen existir. La alegría profunda, esa que se mantiene como mecha vacilante en medio de las tempestades, ¿de qué se nutre, qué la alimenta para que no sea una bofetada al sufrimiento de tantos?

Para mí constituye casi un misterio, no sé explicarla ni me interesa hacerlo, pero me pregunto por qué la experimento y hasta cuándo durará en esta avalancha de sinsentido que parece convertirse el mundo del que somos parte. Y, sin embargo, los ojos brillan en los jóvenes enamorados, en las fiestas sinceras, en la amistad, en el nacimiento de tantos niños, en las flores, en las montañas y en el mar.

Es fácil decir que la fe en Dios, en todo aquello o aquel que da sentido a nuestra vida, es el ancla que nos mantiene en medio de las turbulencias. Personalmente creo que no se puede creer en Dios sin creer en la persona humana, en eso que somos todos y cada uno con el abismo de nuestras maldades y las cimas de nuestro esplendor. Aprender a mirar en lo profundo y surfear las olas peligrosas de lo aterrador de algunas conductas, la indignación de muchos comportamientos y obras, es un desafío casi imposible de superar.

Y, sin embargo, quizás en ese fango encontremos la razón profunda de la maravillosa vida que se nos ha dado. Como la flor de loto que crece en el barro.

Probablemente en la campaña presidencial... habría que incorporar el silencio.

Probablemente en la campaña presidencial con tantas imágenes, gestos, bailes, y promesas, abrazos forzados, con las caminatas, las caravanas, los pitos, los globos y los ruidos, habría que incorporar el silencio. El silencio frente a las vidas segadas. El silencio que profundiza la escucha, hace suyas las aspiraciones y las angustias, las preguntas y los reclamos y acepta no saber. No tener todas las respuestas y admitir que necesitará ayuda para gobernar. Los gobernantes no deberían ser sabelotodos, sino buenos gestionadores de los conocimientos propios y de las capacidades de aquellos con los que quiere trabajar. Por eso debe tener claro qué es lo que no sabe, y sería bueno saber con quiénes de los que saben gobernará. En el fondo no votamos por una persona, por un partido, ni por un plan (que no buscamos conocer), votamos por quienes creemos que son capaces de sacarnos adelante del marasmo en el que nos encontramos. Será un Gobierno de emergencia. Y en las emergencias hay que hacer frente a los desastres; nada más, nada menos. Preparar el camino para los que gobernarán después.

Alguien que nos devuelva la sonrisa simple de poder encontrarnos porque nos devuelve la esperanza de que juntos lo lograremos.

Quizás los días previos a la elección necesitamos sumergirnos, solos y comunitariamente, en el silencio, para bucear el sentido de esta comunidad que llamamos patria y amarla eligiendo a quienes saben que necesitan de todos. (O)