Cuenta el mito griego que Narciso era un joven de sorprendente belleza. El vidente Tiresias advirtió a la ninfa Liríope que su hijo tendría larga vida, siempre y cuando no se observara a sí mismo. Pero Narciso, al ver su figura reflejada en un arroyo, quedó cautivado por su apariencia, y se ahogó al querer asir su imagen. Freud utilizaría este mito en Introducción al narcisismo.

Relación de padre e hijo

Ovidio, en Narciso y Eco, expresa: “Aquí el muchacho, del esfuerzo de cazar cansado y del calor (…) por el manantial llevado, y mientras su sed sedar desea, sed otra le creció, y mientras bebe, al verla, arrebatado por la imagen de su hermosura, una esperanza sin cuerpo ama: cuerpo cree ser lo que onda es. Quedase suspendido él de sí mismo (…) queda prendido, como de pario mármol formada una estatua (…). Crédulo, ¿por qué en vano unas apariencias fugaces coger intentas? Lo que buscas está en ninguna parte, lo que amas, vuélvete: lo pierdes. Ésa que ves, de una reverberada imagen la sombra es: nada tiene ella de sí. Contigo llega y se queda, contigo se retirará, si tú retirarte puedas”.

Entre los 6-18 meses de edad, los padres exponen a sus hijos frente al espejo, señalando: “ese eres tú, yo soy mamá/papá”. En un proceso que es propio de la estructura psíquica humana, el niño cree que su reflejo es de otro que quiere ocupar su lugar. Con la introducción del lenguaje el infante crea una imagen unificada de sí, intuyendo que no es una extensión del cuerpo de la madre. El ser o no deseado por los padres dejará sus marcas (eres un llorón, serás empresario, mi princesa, no te soporto, etc.); un niño deseado formará su propio deseo, distanciándose de tales influjos parentales: “Contigo llega y se queda, contigo se retirará, si tú retirarte puedas”, recordando a Ovidio.

Encontramos narcisistas en todo ámbito, fijados radicalmente en su propia imagen, apuntalada con palabras de infatuación.

Encontramos narcisistas en todo ámbito, fijados radicalmente en su propia imagen, apuntalada con palabras de infatuación. En lo político no es difícil distinguirlos, su egocentrismo y vanidad los delatan. Alinean la dinámica entre poderes estatales con su personalismo (“El Estado soy yo”), polarizando a la población. Creyéndose superiores (en el campo de lo imaginario, más que en lo real) escogen cuidadosamente a su círculo cercano, de modo que los miembros no se opongan a sus decisiones. Despiadados con quien los cuestione, se llenan de artimañas para atacarlo y desmerecerlo; el otro, como interlocutor, no tiene cabida. Y si bien parecen mostrar alta autoestima, lidian con un vacío imposible de colmar.

Borrón y cuenta nueva (para el nuevo año lectivo)

Hoy se habla del neonarcisismo, donde la política deserta y nace el homo psicologicus, que busca su bienestar en un presente de excesos; un individualismo exacerbado, ampliado a un narcisismo colectivo. Esto resulta en una ciudadanía apática, hiperconsumista, con pobreza de recursos simbólicos ante la adversidad, que busca la perfección y exhibición del cuerpo; hedonismo puro que niega la vejez y la muerte como naturales, manteniéndose devotos hacia su afecto primario: uno mismo.

Como la bruja de Blancanieves: “Espejito, espejito, ¿quién es la más bella?”, o el deslumbrante Dorian Grey de Wilde y su envejeciente retrato, ejemplos hay de sobra. (O)