Hay algo que construye la esencia de una sociedad, y son sus valores. Cómo actuamos. Cómo pensamos. Cómo somos respetuosos de los demás. Cómo exigimos nuestros derechos individuales pero, al mismo tiempo, asumimos nuestras responsabilidades colectivas. Cómo evitamos la viveza criolla o la corrupción… Es una construcción social que se va regando en la sociedad, en parte de manera espontánea, en parte por las leyes, los liderazgos y la educación formal e informal. Y se riega hacia muchos, a partir y alrededor de las élites.

¿Élites? Usted quizás pensó en los políticos que nos “dirigen” y tiene razón, pero va más allá. Según la RAE, élite es una “minoría selecta o rectora”. Creo es algo más: “Todos los que de una u otra manera tienen un efecto sobre un entorno relativamente amplio”. Son los empresarios, líderes sindicales, de cooperativas de taxis, estudiantiles o de agrupaciones indígenas, periodistas y más. Quizás unas 30.000 personas, es decir que en promedio cada uno tendría una influencia sobre 500 a 600 otros ciudadanos. Suena real. Son personas como las demás, que no tienen ninguna obligación de asumirse como élite y en consecuencia tomar la responsabilidad de generar un efecto positivo sobre los demás. Obligación no la tienen, pero sin duda las sociedades donde sí lo hacen funcionan mejor que aquellas donde no solo no lo hacen, sino que muchas veces juegan un rol negativo.

Actuaron en función de su pequeño placer, aprovechando de ser “amigos de los amigos”...

Pensaba en esto el fin de semana en que asistí a un evento donde había mucha gente que catalogaríamos como élite, y la actuación de un porcentaje no despreciable fue “penosa”. Actuaron en función de su pequeño placer, aprovechando de ser “amigos de los amigos” o “primos de los primos”, sin preguntarse en ningún momento qué efecto tenía esto sobre los demás partícipes. Cero consciencia de algo fundamental en una sociedad: “no hacer a los demás lo que no me gustaría me hicieran”, que es la base del respeto mutuo a los derechos de unos y otros.

Y eso se repite en tantos otros espacios. En el tránsito, donde la mayoría de los ecuatorianos son (¿somos?) irrespetuosos, pero lo son superlativamente los de la llamada élite, entre otras cosas, porque se sienten protegidos por sus contactos. En empresas, donde abusan de su posición privilegiada (“el trabajador me necesita”). En cargos diversos, en los que se aferran a sus nombramientos, eso lo vimos recientemente en el Consejo Superior del IESS, donde se tuvo que sacarlos casi a empujones, porque desde años se habían enquistado. Pero lo mismo pasa en una cooperativa de taxis o en una organización estudiantil.

Se repite y empeora, porque cada uno piensa “si los demás actúan así y aprovechan, por qué no yo”. Pero el país necesita exactamente lo contrario: élites que asuman su rol, que no es su obligación pero sí una necesidad para no depender de una sola élite, la política, que sabemos se ha vuelto incontrolable. Asumirlo no quiere decir necesariamente presentarse a cargos públicos (algunos lo harán y está bien), sino ser un ejemplo en la vida diaria, no de perfección mas sí de comportamientos útiles para ellos mismos y para todos… ¿Somos buenas élites? ¿Tenemos buenas élites? Al menos dudamos, y eso ya es preocupante. (O)